martes, 21 de diciembre de 2010

Escarcha: Explo-reflexión Navideña

Imagen: http://images01.olx.com.co/ui/7/65/19/1286215899_58035619_3-Venta-de-escarcha-murano-cosmetico-y-de-artesanias-Otras-ventas-1286215899.jpg
 
 
Ana O'Callaghan
 
 
Hay un montoncito de segundos en donde todo tiene sentido. Una verdadera sonrisa, espontánea, bienvenida. El cansancio terrible se desvanece de pronto con ese instante lúcido, como el beso de vida que me despierta en otro universo que no está en cámara lenta, que no es gelatinoso. La verdad escondida en una escena que súbitamente se hace evidente. Un rush genuino de honesta emoción. Es verdad. Lo que se cuenta, es verdad. Lo que se actúa, lo que se escribe, es verdad.

Creo en la Navidad cuando algo, una niebla fosforecente, viene sin anunciarse y me cubre como un suetercito de lana. Creo en la Navidad como creo en el teatro. Es verdad, el rito, la tradición, la repetición. Una caja que verdades escondidas y polvo brillante que sólo se abre con la combinación secreta, inmencionable; sólo accesible a través de la acción realizada con amor. Hay hombrecitos que bajan por las ramas de los árboles decorados y dejan escarcha en las manos cerradas de niñas dormidas. Es verdad soñar. Soy lo que sueño, lo que soñaba, no soy mis cicatrices.

Y en esos momentos, todo lo demás ya no es tan importante y se puede respirar sin tener al elefante diábetico ese, columpiándose aparatoso dentro del pecho. Y hay ganitas buenas de llorar. Eso se logra con unas pelotas diminutas de ánime y un niño y un viejo que señalan una estrella. Papel aluminio y plástico. No hay más verdad que esa, y es hermosa.

¿Por qué sigo? Hay algo en el olor del humo temperamental que me pellizca los cachetes. Hay algo en cada esquina de ese cuadro negro transportable que me lleva a pasear. Los propios fantasmas pasados, presentes y futuros. El viaje eterno por un sueño, el loop de noche y campanadas y relojes. Allí, atravesados en el tic-toc, hay momentos cuando despierto y pregunto: ¿dónde estoy? ¿qué día es hoy?

Quisiera ser de verdad todo el tiempo. Andar flotando como un títere, cuerpo de fibra de vidrio, papel maché, pintura: de verdad. Suave, delicada existencia de estas burbujas de jabón que al explotarme en la nariz me hacen parpadar un instante de verdad. Algo adentro que se escapa como un suspiro, un aliento que me devuelve el color. Un instante de verdad. Estos instantes hacen que todo sea un poco mejor.

Querido Niño Jesús, quisiera, por favor, un reloj de arena. Voy a separar esos momentos cuando pasen para hacer un montoncito.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Piedras

A. O'Callaghan

Ratones cálidos endurecidos por el viento.
Pulsos perdidos, congelados grises en la interperie.
Paredes.

No soy una piedra
y soy una piedra.
Agua rocosa, hipersensible.

Piedritas en los vidrios,
en las ventanas cerradas,
cerradas como las piedras.

Piedras en los zapatos,
cicatrices en las plantas
diseñan el tumbao, el arte de pisar.

Piedritas gratis de recuerdo,
puntadas en los parches de un pisapapeles
punzo penetrante y azul que cobra peaje.

Piedras en los ojos que cambian de color.
Ebullición metafísica,
volcánica y contenida.

Piedritas que se rozan.
Cantan partituras
en las terminaciones nerviosas

Piedras en la boca.
Caramelos arenosos y chirriantes
intragables, picantes en la lengua.

Colecciono piedritas
en una pecera inversa
donde a veces se ahogan.

Piedras-yunques
Piedras-ruedas
Piedras-pedazos de camino.
Salta alto y piedras-puentes.
Paso corto y piedras-lápidas.

Piedra que late dormida.
Bradicardia.
Monstruo feo y llorón.
No quiere más golpes de más piedras
Con o sin culpa.
Quiere saber qué hizo mal.
Y acostarse a dormir.

Soñar que talla,
que hace fuego,
que dibuja,
que decora,
que construye.
Con las piedras.


sábado, 4 de diciembre de 2010

Gratis

A. O'Callaghan

Todo es gratis
nada pesa
nada duele
nada es importante
me pierdo en jaquecas inservibles
buscando algo que me pinche.

Qué viejo todo
qué largo
qué vacío
ya siento nada
y quiero ser la víctima de tantas novelas
heroína trágica de la misteriosa experiencia
ser rescatada de la oscuridad delirante.

Y qué importa si un pasillo te escupe de repente
qué importa si no me conviertes en reclinatorio
qué importa si nos tomamos dormidos de las manos
no importa.
El día llega como un viejo amnésico y triste
con polaroids desteñidas 
como escamas ensuciando su piel.

Todo es gratis
qué importa si descoso mi alma en palabritas
qué importa si me regalas luces de lejos y borracho
qué importa si aún me miras detrás de todo el parapeto,
así, como me mirabas.
Qué importa si veo una boda más de alguien qué solía susurrar mi nombre.
No importa si hoy tomamos café como antes y haces que te extrañe
es sólo un momento.
Un hipo ahogado de peluche.
No hay energía ni siquiera para narrar las viejas aventuras
ni comparar cicatrices
hablar por hablar, a cambio de una hoguera.
Un beso que sólo sabe a soledad.
Confieso que me da miedo que las canciones se terminen.
Es lo único que me da miedo.

Todo es gratis,
nada cuesta,
todo dura un momento.

Nada se queda.

Quisiera poder decir algo más.


Sin Nada

  
A. O'Callaghan
Esto no es una declaración de amor
mucho menos una queja.
No es nada.

La gravedad es un invento.
Ningún sentido.
esto así, sonámbulo, es amistad.
Porque te quiero, 
como un lobo herido quiere a otro.
Sin dientes, sin nada.

No puedo ser poética,
no quiero serlo.
Me tomé mil cervezas y dos copas de vino
que fueron como mil copas de vino.
a veces no entiendo y me dejo fluir.
a veces sí,
a veces uno fluye
A veces no.
A veces te quiero, 
como un fantasma transparente quiere a otro.
Sin frío, sin nada.

Esto no es una declaración de amor
Es un telegrama de un oscurantista a otro.
sólo labios
y alcohol y humo y complicidad.
Y nada.

Está bien que no pase nada.
No podemos tocarnos.
Y desde esa sombra de sonrisa que es nuestra amistad
Te quiero, 
como un decadente perdido quiere a otro.
Sin sexo, sin nada.

Y te veo ahora.
Odiame
Hablo ahora porque estoy ebria y me sale,
porque en el fondo te quiero.
Como un vampiro hambriento quiere a otro.
Sin sangre, sin nada.

Y peleo.
Absurda necesidad de no se qué.
Me burlo
Fumáte un cigarro y ya, 
despéjate, 
una copa una cosa.
vuelve a ti, desayúnate a la nena y listo.
Tráete al mío de vuelta.
Al mío que quiero, 
como un borracho llorón quiere a otro.
Sin memoria, sin nada.

Se acaban las botellas y los minutos.
La historia de nuestra vida,
y cada clima trae otro 
y cada hora 
y cada luz 
y cada sábana.
Ponle a tus hijos nombres cortos e insípidos.

Si es que yo no entiendo, mil disculpas.
Esto es mi clavel verde.
Compañero de distancias volátiles
mezcladas con ginebra.
Déjame quererte.
Como una femme fatale de tercera quiere a otra.
Sin piedad, sin nada.

lunes, 18 de octubre de 2010

Polvo


Ana O'Callaghan

Demasiadas cajas de libros después,
un abrazo invisible del robot fantasma.
El rey de las miradas de colores,
En su trono: minotauro, tiembla.

De este lado del espejo, Inés.
Clara, Rosa, esta. Sigue empacando
el polvo brillante de mil fotos soñadas
Y ríos de tinta infantil y faldas plisadas.

Sabe que la observan en la sombra.
La imponente figura de tierra y marfil
Es casi tierna.
Podría en un guiño besarla y ya.

Brisa suave del nuevo día.
Todo se convierte en caja.
Acompañada de ecos afectuosos
Le hace al monarca una pequeña reverencia.

Y sonríe.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Tristeza


Imagen: http://web.blogs.clarin.com/bienestar/files/tristeza.jpg


Ana O'Callaghan

Una lluvia lenta de sudor cansado.
Un estanque tibio de saliva vieja.
Pulso quebrado, epiléptico, afincado contra el ritmo infame de la cotidianidad.

Millones de besos sueltos, regados.
Perlas de plomo, sucias, irreconocibles.
Baratas y caras juntas, plástico y oro.
Ya no importa, la mugre no deja ver.
Collar pesado que exprime la femme joroba fatale.

Pintura resquebrajada desde la mezcla.
Húmeda se sigue rompiendo sin ser nunca pared.
Anciana desde el feto.

Un azul genético irremediable.
Bailar con el mar vivo mientras atardece y las sombras y el agua y la arena y la espuma 
cantan una historia muda y eterna. 
Mi coartada, mi cómplice.

La silla y los pies se hunden poco a poco en la tierra.
Arden las heridas en las plantas que no sanan nunca.
Maldita sea, no sanan nunca.
La piel del agua no se deja acariciar.
Un momento y ya.

Y todo esto porque me choca la palabra lágrima.
La palabra llanto me desespera.

Quisiera deshacerme con elegancia en un poema y listo.
Me rindo.
Cada mínimo parpadeo es una sublime esperanza que se desbarata al segundo.
Cada paso más hondo, cada golpe más fuerte.
Cualquier cosa que no esté untada de tí, asesino, silueta invisible, es un vacío asmático.

Ya no tengo tanta paciencia. Ya no estoy jugando.

De espaldas al sol, hace tiempo, descubrí un camino.
Era sólo mi sombra.

Ahogada en ese líquido asqueroso, toneladas de dijes cavan la tumba del juego.

El juego se acabó.







Es tu turno.

martes, 10 de agosto de 2010

En el Parque: Explo-reflexión anecdótica maternal.


Imagen: http://www.todoevento.co.cr/images/an_la-granja_05.jpg

Ana O'Callaghan

Hoy fui al parque. Un parque de diversiones moderno, en el techo de un centro comercial.

Está bien pues, fui al Tolón. Al parque Tolón, el de ahora, no al de mi infancia donde había un trencito amarillo que mi mamá me decía era para los “grandes.” El de ahora igual tiene cosas divertidísimas. O quizás yo tenía mucho tiempo sin ir a un parque.

Llevé a mi primito al parque. Se quería montar en todo. Me sorprendió gratamente que esta personita de siete años sólo estuviese interesado en los juegos De Verdad, los físicos, nada de maquinitas. Puro brincar en trampolines y escalar paredes. Me di cuenta allí de la pequeña señora anticuada y hippie que se gesta dentro de mi.
-¿No quieres las maquinitas? - dije yo a la expectativa,

-No, Trampolín -

-Ah pues muy bien.- Me sorprendí diciendo.

Y resultó que el niño es un pequeño gimnasta chino (sin los traumas de infancia olímpicos) Daba vueltas, mortales hacia atrás, hacia adelante y movimientos aéreos que, me entero, son posibles. Y él era la persona más feliz del mundo. Y yo era la persona más feliz del mundo viéndolo y tratando de sacar lo que potencialmente pudieron ser fotos arrechísimas del niño suspendido en el aire. Digo pudieron porque sólo contaba con un potecito digital que no era mío y que no sabía manejar, y también porque bueno, no soy una fotógrafa arrechísima. Me sorprendí a mi misma queriendo ser mamá para llevar a mi propio spiderman al parque y darle acotaciones de cómo hacer las piruetas cada vez más arrechísimas. Me senti tan orgullosa de mi mini-spiderman invisible. Susto.

Me sorprendí también en la inercia de lo que me hace ser mala fotógrafa. Ojo, no es que quiera ser buena fotógrafa. Simplemente me di cuenta de porqué uno no es algo. La mitad del tiempo estaba reflexionando sobre estos instantes, “sorprendiendome a mi misma” en emociones, en vez de estar tomando fotos. Estaba viviendo. Por otro lado, le tomé fotos reflexivas al hecho de ser mamá, sin serlo. Paradójico eso. Lo de ser algo y no serlo o serlo a veces o serlo después. O dejar de serlo.

Luego, fuimos a donde un monstruo gigante amarillo inflable en donde te trepas y luego de dejas caer, osea un ÜberTobogán. Me dejaron montarme con el nene para tomarle fotos. Me encantó que los porteros de las atracciones me confundieran con La Mamá. Había un poder y una dignidad muy elegante al respecto; tanta, que me dejaban hacer lo que yo quisiera para tomarle fotos al niño. Que las verdaderas mamás me peguen, yo se que ser mamá no se trata sólo de eso, pero eso fue muy fino.

Después vino la Pared de Escalar. Me sorprendí gritandole al podre niño indicaciones desde abajo sobre dónde poner la manito o dónde agarrar impulso para llegar más arriba. Una dulce impotencia me invadía cuando se quedaba paralizado por el cansancio o por el miedito. Me di cuenta de que voy a ser una de esas mamás insoportables que quiere que su hijo sea el más arrechísimo siempre. Bueno, tampoco así. Cuando quiso desistir lo dejé bajar y fuimos a otra cosa.

A continuación, el Ascensor. Un perol que sube y baja a velocidades sorpresivas y bueno pues, da mucha risa. Me sorprendi haciéndole morisquetas, acompañándolo gestualmente con cara de kiko desinflado. El se sentía acompañado. Yo me sentía subiendo y bajando. En una de esas subidas vio que en el piso de arriba estaba el cine y me gritaba entre risas y altitudes que estaban pasando Toy Story 3. Además es pilas.

El Otro Trampolín. Aquel en el que lo agarran de un arnés y lo hacen brincar absurdamente alto. Nuevamente el niño daba vueltas sobre su propio eje. Las otras mamás (las de verdad) me miraban con cara de preocupación ya que yo sólo aplaudía encantada en lugar de angustiarme o decirle que se quedara quieto. En este punto desistí de las fotos, era absurdo tratar de obtener una imagen coherente del momento, era mejor vivirlo, o bueno, pensarlo.

Desde las alturas, mi pequeño acompañante observó que una niñita estaba malandreándose a la Pared de Escalar de forma admirable. El reto mudo y sutil de la mini-mujer araña surtió efecto. Al bajar, mi hijito de mentira me dijo:

-Otra vez a la Pared.-

Y otra vez fuimos a la Pared. Yo, sin poder contenerme, gritaba nuevamente indicaciones desde abajo y cada pasito hacia arriba era un Oscar a mejor película extranjera o algo así de épico. Y llegó mucho más arriba que antes. Su honor y ego restituidos, se dejó caer grácilmente por el cable.

-¡Muy bien! – le dije sacudiéndole los pelos de lo más cliché.

En realidad lo que quería decir era:

-¡Así es que es no joda! Escálame esta puejm, niña pajúa, yeah... -

Es que me puse muy contenta.


Por último me dijo:

-Ahora air-hockey, yo contra ti.-


Y fuimos a comprar las fichas. Resulta que la plata cargada en la tarjetica no sirve para ese juego y que hay que comprarlas aparte y no te devuelven la plata que le metiste a la tarjetica.

-Ladrones – pensé.


Pero el niño va a jugar air-hockey conmigo así sea lo último que haga. Y me bajé de la mula. Primero pensé ingenuamente en dejarlo ganar. Inmersa en estos nobles y maternales pensamientos altruistas estaba, cuando me di cuenta de que me estaba pateando el trasero legalmente; pero no me dejé. Poco a poco, gol tras gol, me fui transformando en niña. Y así fue mejor. Le gané siete a tres. Los dos tripeamos un mundo.

Su mamá (la de verdad) lo reclamaba, así que se fue. Nos dejamos un poco de fotos movidas y fuera de foco, una cantidad de momentos sorprendidos (que al final son fotos también, ¿no?) Y un día fantástico.

Cuando tenga a mi mini-spiderman de verdad, va a vivir en el parque. No tanto por él sino por mi. Se jodió ese niño. Ya se que voy a ser una mamá ladilla, competitiva y un poco irresponsable. De antemano te dijo, Anito, perdón si eso te jode la vida después. Pero sí, vas a ser el carajito más arrecho, malcriado y consentido de todo el puto parque. Y yo voy a ser feliz.

lunes, 9 de agosto de 2010

Click

Imagen: http://t3.gstatic.com/images?q=tbn:3QvzyO7GVHqVfM:http://static.flickr.com/2051/1890033773_b6b494ca0c.jpg&t=1


Ana O'Callaghan 

Se vuelven a decir cosas.
Código Morse.
Aprender el idioma intuitivo
Otra vez ese mareo.

La súbita laberintitis
al creer entender algo.
Respirar la realidad inventada
aquí, en la fiebre.

¿Qué es demasiada evidencia?
El miedo y el tiempo;
amnesia paralizante
terror de sentir

La maldición del significado.
Se quiere creer.
Cicatrices ambulantes
se acabaron los análisis.

Exactitud matemática
¿qué se espera de mi?
Lenguas conocidas.
Angustia, todo es frágil.

Esto es ese diminuto movimiento.

Extraño poder hablar.

sábado, 24 de julio de 2010

"Inés"


Imagen: http://www.casadesalud.com.mx/articulos/wp-content/uploads/2009/05/bipolar1.jpg

Ana O'Callaghan

La lámpara de su cuarto tiene una semana haciendo ruidos extraños, como si una abeja estuviese atrapada entre el bombillo y la pantalla. No hay nada. Es desesperante que suene así. No hay razón ni solución que no sea apagar la luz.

Ese día la maleta de su carro no quiso abrir más. Por ninguna razón aparente. Simplemente no quiso abrir. No sabe si fue que cerró mal o si alguien la intentó abrir en la noche, como tantas otras veces, y terminó de destruir la cerradura, atascándola para siempre. Quizás mañana vuelva a abrir como si nada hubiese pasado.

Quiso montarse en el techo de la entrada de su edificio. Como hacía antes cuando estaba deprimida. En ese pequeño espacio aislado del mundo en donde se supone que no se debe estar. Lo habían impermeabilizado y había tres grandes aires acondicionados en el lugar donde ella solía sentarse. Sin embargo, allí encontraba algo de paz, un sentimiento especial.

Luego se montó en el ascensor en el piso uno. El ascensor no quiso subir. Lo intentó varias veces. Salió y, en lugar de terminar de subir a pie los tres pisos hasta su apartamento, bajó las escaleras hasta el principio. El ascensor se devolvió solo. Volvió a empezar. Allí se montó. Marcó su piso y subió. Como si nada hubiese pasado.

Más temprano ese día había estado con amigos, viejos y nuevos. De distintos grupos. Mientras tomaba vino y criticaba, se dio cuenta que estaba diciendo cosas sumamente honestas. Se estaba permitiendo soñar y refrescarse y hacer planes. Aclaró cosas. Se dio cuenta de lo densa que era en su honestidad. De la tristeza y determinación que transmitía. De la preciosa y minúscula seguridad que realmente poseía por algunos instantes. Dijo cosas calmadas y contundentes. Dijo cosas pesadas y agresivas. Sintió resentimiento y amor. Sintió inocencia y nostalgia.

Entendió que tenía como sesenta años dentro de ese parapeto de veintiocho. Se dio cuenta de que estaba harta de ser tratada como una imbécil. Se dio cuenta de que ya no toleraba ciertas cosas y que no le importaba admitirlo. También se dio cuenta de que ya no era tan bonita y por ello la gente ya no le toleraba ciertas cosas a ella. Extrañó fumar y ser delgada y estar llena de esperanza y promesas y talento. Uno de sus amigos le dijo que creía en ella y eso la llenó de confianza y ternura. En un momento dado una amiga interrumpió lo que estaba diciendo para hacer un paréntesis y reafirmarle que el hombre de su vida llegaría. Sin darse cuenta y con la mayor tranquilidad, nuestra heroína afirmó, sin una sombra de duda que eso no iba a pasar. Luego se dio cuenta del peso de sus palabras y se acordó de una película muy dulce y sencilla que había viso la noche anterior.

Antes, había ido a ver una obra de teatro que tenía que haber sido buena y fue muy mala. Se desesperó por no encajar y no entender los criterios artísticos del lugar donde vive. Se lamentó de la invisibilidad de su protesta. Se halaba los cabellos en la oscuridad ante la mediocridad heróica y los aplausos de pie.

Llegó a su casa y esperó un montón de tiempo con la mano emplastada en la corneta de su carro para que el parquero cabrón del restaurant de en frente moviera la camioneta blindada que bloqueaba la entrada de su estacionamiento.

Al apagar el motor se ahogó en su propio llanto. Había tratado de no desesperar pero el recuerdo de tantos otros ahogos fue demasiado. Se preguntó cómo hacían otros para vivir. Si la vida era así de compleja y triste y absurda y frustrante para todo el mundo. No estaba segura.

Pensó que cualquier manifestación catártica sería inútil. No ha pasado nada.

Se sentó a escribir. El eco de pisadas despiertas a las dos de la mañana no ayudaron. Otra vez sentirse observada. Sentirse en deuda de algo impagable, sentirse ocupando el desdichado puesto de otra hija fantasma llamada Inés, más amigable, más tierna, menos bipolar, menos hipersensible, menos dura. Se sintió otra vez desvanecer en sus fracasos. Se sintió tan sola.

Sus ojos se nublaron sin darse cuenta mientras escribía, temiendo el momento vacío de teclas. ¿Qué va a pasar dentro de algunos segundos, cuando el recorrido de este día extraño – cada vez más usual - termine y sólo quede terminar de vivir el día? ¿Qué va a pasar ahora, en este instante? Se hacía estas preguntas para seguir escribiendo y retrasar el showdown con la nada, ella que habita en la tinta del monólogo interno, ella que no existe, Inés. La misma nada con la que solía caerse a golpes en el recreo.

¿Qué va a pasar mañana al despertar? Imagina que mañana despertará llena de esperanza quizás, llena de sueños y proyectos como siempre y con ganas de ir al teatro otra vez y seguir adelgazando para recobrar su figura y confianza, aunque sólo sea un engaño y creer. Orgullosa de seguir sin fumar y de estupideces así. Detalles insignificantes para defenderse de la nada. Se despertará extrañando tantas cosas y tantas personas y tantas decisiones. Como si nada hubiese pasado, como el ascensor.

La lámpara y sus ruidos extraños guardaron silencio, como diciendo que sí, que había eventos así de aleatorios y alineados y dementes que así como vienen se van. Todo volvió a la normalidad. Se pregunta si mañana podrá abrir la maleta de su carro o si – por otro lado - hay cosas que un día simplemente se atascan misteriosamente y ya.


lunes, 21 de junio de 2010

Estoy


 Pablo Picasso - Friendship

Ana O'Callaghan
 

Estoy

Tranquila y disuelta.
Con un magnetismo sonrojado
como única razón.

Desprovisto de objetivo,
hace acrobacias este antojo bonito.
No es un capricho.

El instinto reconoce algo que hace bien;
una puerta simpática
¿Quieres ser mi amigo?

Pescarte entre la seda violeta
que desliza piruetas sobre el hielo.
Blanda cercanía tartamuda.

Alegre de conocer sin estrategias,
el flotador rescata a la pacífica sonrisa.
Haces que yo me caiga en gracia.

Quiero rozar tu mano
y cruzar el umbral transparente de nuestro baile.
Parpadear en la posibilidad de mi existencia.

Aunque el tiempo encuentre este sueño disecado,
El oxigeno refrescante que genera vivo,
Es suficiente.

Contenta sólo con tu cotidianidad.
En el inocente delirio que producen
tu voz, tu mirada y tus palabras,

Estoy.





domingo, 20 de junio de 2010

I don't feel like dancing: Explo-reflexión Amarilla

Ana O'Callaghan

El Viernes 18 fue la última presentación de la obra de Nivel II de TeatroUCAB, “Double Shot: Molière.” Nos presentamos en el marco del VI Encuentro de Teatro UCVista en la Sala de Conciertos. Fue una experiencia increible.

El teatro tiene que encontrarse; esta es una idea que me parece importante. Hay que verse mutuamente, disfrutarse y aprender. Encontrarnos significa reconocernos como miembros de la misma tribu, hablar en conjunto el mismo idioma que queremos multiplicar. Bravo por los encuentros.

“Double Shot: Molière”, fue una experiencia larga, difícil y llena de obstáculos. Como deben serlo todas las buenas experiencias que dejan su marca de aprendizaje. Miro hacia atrás, ahora que se ha cerrado este proceso, y se que fue maravilloso. Aunque suene demente, lo volvería hacer todo otra vez.

Como dice la canción, no me siento como para escribir, y sin embargo escribo. Algunas cosas son inevitables. No se qué tanto se habrá entendido la “tesis” de la obra pero me siento satisfecha de que está allí, y cada vez que veo una foto o sonrío con el baile final o pienso al respecto, cobra cada vez más profundidad. La línea que nos divide a nosotros de lo que hacemos se hace progresivamente más borrosa. Para muchos de los chicos, puede ser un “hobbie” que se redimensiona. Para mí, es un eslabón más en una búsqueda que no se acaba nunca.

Y es que este espejo que hemos creado primero entre dos obras y luego frente a la vida nos incluye indiscutiblemente. ¿Hasta qué punto no nos estamos creando a nosotros al crear un personaje? ¿No nos revelamos a través de un montaje? Quizás es obvio, pero no deja de ser extraordinario admitir lo ineludible y flotar alegremente en ese aire-agua-arte que nos rodea y oxigena. Qué bueno es reirse, y pensar y bailar. Qué poco importa que uno quiera o no. Hay cosas instintivamente contradictorias, como es nuestro empeño de separar cosas.

Ayer vi otra vez, después de mucho tiempo, “La Historia Sin Fin.” Metatextualidad, metateatralidad, metavitalidad. No es más que la vida dentro de la vida. Vida para que exista la Fantasía y la fantasía para que exista la Vida. Bastián es Atreyu. Nosotros somos Bastián. Hay que bautizar a la Emperatriz para que no muera, hay que hacerla propia – otra vez domesticar – con el nombre de mi madre, somos los padres de nuestra madre, el huevo y la gallina. El nombre escondido tras la tormenta que puede ser cualquier nombre. Todos los nombres. No hay fronteras en Fantasía. No hay fronteras en el teatro. Mascarilla es Sganarelle y ambos son Molière, quien opina, concibe, escribe y actúa. Y luego venimos nosotros que lo representamos, repetimos, releemos y redimensionamos. Somos nuestra propia obra de arte. ¿Quién imita a quién? Es un instinto humano. Los loros no imitan a otros animales en su hábitat natural. Sólo imitan a los humanos. Algo debemos tener de especial.

Molière, tu tan divertido que te inmortalizas en palabras y risas y supersticiones; gracias. Por repetirte y contradecirte y vivir y morir en un escenario sin fronteras. Espero que todos nos llevemos de esto ese pícaro descaro y el valor para aceptar los instintos irrebatibles, los impulsos hermosos, el latín incoherente, las rimas absurdas, las mentiras verdaderas y ese “cromatismo” de la cosas. Que podamos reirnos de la interposición de nuestra imagen en la luna del espejo. Y seguir, diciendo, actuando y sintiendo la verdad desde detrás del emplaste blanco y las cejas postizas.

A todos los que vivimos dentro de ese triángulo que se abre, cierra y voltea, un gracias cómplice y un guiño afectuoso. Ojalá siempre nos de miedo vestirnos de amarillo pero lo hagamos igual, y bailemos, sobre todo bailemos, aunque no queramos. A veces nuestro instinto artístico, esa “otra voz” de Octavio Paz, sabe más que nosotros.

Y ¿ven? Al final, si quería escribir.

lunes, 7 de junio de 2010

Last Chance: Explo-Reflexión Cursi

Imagen: http://www.machka.net/usa/24h_lcride.htm
Ana O'Callaghan

Last Chance Harvey.

No se por qué últimamente me ha dado por ver películas cursis.

Lo siento, es así; como cantar con un guitarrista improvisado en una grama. Cursi. Me encanta.

Estoy cursi. Con esta peli, no fue que lloré, pero no podía evitar pensar que no estaba viendo una película sino leyendo el diario de cualquier persona. Así mismo, cualquiera. Los encuentros se producen cuando dos personas que se sienten excluidas se soplan la nariz y se ofrecen un clínex – o kleenex - (¿cómo será el plural de clínex? - Irónico eso, clínex no tiene plural, es para uno, si hubiese dos, no hubiese clínex)...(esto del clínex no pasa en la peli, pero como si pasara.)

A lo que iba. Despejar el entorno del ruido y atreverse a entender la soledad. Sólo con esa lucidez se puede salir al encuentro de otro.

Última oportunidad. Cómo identificar las oportunidades. ¿Cuántas veces no habré puesto la torta ya, sin saberlo? ¿Cuántas cosas he hecho bien? Una incertidumbre imposible de anestesiar. Pienso que allí es cuando ya no es el diario de cualquiera. Cuando comienza la historia a despegarse de uno cual curita y la ves allá, como algo que pudo haber dolido, si te pasara a ti. Algo que quiere doler así. Ojalá a uno le dolieran algunas cosas así. Ojalá algunas dolieran menos.

La única oscura y difusa certeza dentro de mí es que no voy a ser feliz, de esa forma. Como en las películas. No es pesimismo. Nunca puedo evitar pensar en el minuto después de los créditos. En el siguiente paso de esas vidas adoptadas luego de terminado su paseo por mi imaginación. Cómo ser feliz en el minuto ciento veintiuno. Hay algo programado en mí, un gen, que me obliga a reaccionar siempre. Huir, seguir buscando, vivir la tragedia épica y la desilución simpática y la tristeza conocida.

Quizás me pase como a Harvey, quizás la última oportunidad tenga la elegancia de anunciarse como para que uno se entere y no la deje ir. Por aquello de ser la última, quizás algo se dispare en el corazón, una especie de alarma. Ojalá.

Mientras tanto uno trata de no pensar en eso. La idea romántica, tallada en la nostalgia infantil. Qué difícil esto del amor. ¿Qué mirada, movimiento o palabra revela el camino invisible? El libro falso de la inmensa biblioteca que abre el pasadizo secreto. ¿Qué tan conciente debería estar uno al respecto? ¿Cuál es la dosis correcta de cotidianidad y practicidad a la cual someterse mientras se aspira a la honestidad?

Se que he dejado oportunidades pasar. El designio esquemático de la vida sabrá responder por eso. Digo yo. Si no, aprenderé a tocar guitarra finalmente, para cantar a gañote cursi pero con estilo. Y alguien, digo yo, acabará por pasarme un clínex.

Por cierto, contrario a lo que pueda parecer, estaba bien contenta cuando escribí esto. No se, me pareció importante decirlo.
 

jueves, 3 de junio de 2010

El Escondite

Foto: Algún lugar de Dublín, A.O'C.
Ana O'Callaghan

Se despertó en un nuevo día, lleno de cosas que hacer. El silencio fue inevitable cuando entendió que había sobrepasado el minutero con su eficiencia. En ese momento, detrás del tiempo, una espalda traslúcida la ignoraba y parecía murmurar números.

Ella se alejó caminando y se empeñó en destapar pequeños problemas como excusas catárticas para variar el pulso y la frecuencia cardíaca. Como para que el corazón y el cuerpo se acordaran de la incertitumbre de vivir. Así pasó el día llenando espacios de espera y queriendo ponerse a llorar por cualquier cosa; porque se acordó del prendedor iluso que tenía enganchado en el pecho. Salió al encuentro de tantos paisajes que no conocía sólo para acercarse a él.

Él, algunos pisos, leguas, momentos más allá, tomaba café. Ella esperaba sin querer queriendo que los significados se hicieran evidentes. Pero en ese sitio detrás del reloj, en donde se encontraba pasando el día, ella era invisible.

En ese sitio prohibido pensaba que era inconveniente quedarse sin cosas que hacer, adelantarse al tiempo es paradójicamente, poco práctico. Quiso fumar otra vez para distraerse y tener una excusa para sentarse a observar. Una excusa y un personaje. Una máscara que le permitiese nadar dentro del tiempo. No lo hizo.

Él no sabía de su existencia mientras escribía y se manifestaba en su inteligencia y carisma. No sabía que ella quería acercarse. A ella se le olvidó cómo hacer eso. Existió un tiempo en el que era fácil y no tenía que preocuparse por estas cosas. Cuando era aquella, estas cosas que piensa ahora eran sólo bonitas, intensas y agradables como el humo del cigarro que se fumaba en personaje. Ese personaje... ¡cómo le sirvió para sobrevivir! Lo podía todo, aquella. Era invencible.

A lo largo del día se encontró con algunas personas. A una le dijo mientras la abrazaba: “qué bueno es encontrarse con alguien a quien realmente quieres” A otras personas que vio a lo lejos, no se los dijo, pero lo pensó.

Y viajó por conversaciones, poemas, libros viejos y explosiones de tinta que invaden los rincones de los días. En ese palco después del tiempo en donde estaba ubicada, buscaba una manera de describir lo que estaba sintiendo. Logró atrapar uno o dos instantes felices pero en realidad estuvo domando todo el día una tristeza salvaje. Era como un perro viejo y ciego babeando sobre su mirada. Un perro invisible arrastrándola todo el día por los rincones de aquel pasillo en donde el tiempo, al darse cuenta de su ausencia, la perseguía.

Juegan al escondite el tiempo y ella. A veces le toca al tiempo esconderse. Hoy le tocó a ella. Sucede que a veces, tanto al tiempo como a ella se les olvida que tienen que buscar al otro; se distraen fácilmente.

Se sientan a observarlo a Él en la distancia, el tiempo y ella. Ella, asomada por el vidrio de sus ojos; pecera inmensa en donde se sumerge diminuta detrás del tiempo, plasma su aliento en el cristal. Así nace una lágrima, piensa. Mientras tanto, el tiempo bosteza y sopla burbujas de jabón de un potecito de piñata.

¿A quién le toca? Pregunta el tiempo. A ella le da igual. ¿No es lo mismo? Que no es lo mismo dice el tiempo por enésima vez, mientras se voltea, se apoya en la pared y comienza a contar. Ella agarra el potecito de las burbujas y se aleja para comenzar a olvidarse.

Al llegar en la noche a su casa y prepararse para dormir, encuentra al tiempo sentado en su cama y se acuerda de pronto. El mejor escondite, descubrió, era en la sombra de su perseguidor. Lástima que en la noche ya no hay sombras dijo el tiempo, inevitable.

Un, dos, tres por ti.

jueves, 27 de mayo de 2010

El Mundo del Tatuaje: Explo-reflexión grafitera


Imagen: http://www.artespain.com/tag/remate
Ana O'Callaghan

Hoy fui a la inauguración del primer festival de intervención urbana en la Pastora.

Lo de los graffitis.

Ah.

Algunas cosillas que pensé mientras escuchaba:

Una foto de una sala improvisada en medio de la calle, frente a unos rieles, hecha con cualquier cosa: la evidencia de que estuve allí. Domesticar el espacio, tal cual zorro.
El Arte imita al Arte. Ay Oscar.

El estar aquí es un todo. Es una declaración. Es como una cantidad de gente suspendida en el tiempo que me estaba esperando. El mundo paralelo que me obliga a pensar en las cosas en las que quiero pensar. Osea no me obliga, a mi, por lo menos, no me obliga. La distancia que hay entre una cabeza y otra. Cómo alguien hablando puede llevarte a una burbuja increíble en donde una cantidad de cosas que instintivamente sabes son bautizadas, tienen nombre. La densidad del aire cambia. La iluminación. El mundo del pensamiento, un mundo que lleva a la sensación. Entendí todo, Bertolt Brecht, ¿oíste? (o por lo menos tengo una sospecha con estilo) El mundo del tatuaje. Del Gestus Social. El mundo real.

Qué infinitamente horrible y aburrido es, por otro lado, escuchar a alguien absolutamente desprovisto de pasión. La comunicación es tanto más. Ay Shaw, comprendo tu miedo (y cuando digo que comprendo quiero decir que me acordé humildemente de aquello de la ilusión de la comunicación.)

Quizás por eso exista el teatro. La ilusión real. Que no es lo mismo que la realidad ilusa. Ojo.

Ese sentimiento incendiario, inmerso dentro del hecho de rayar una pared. Comunicarse bien, es pintarle al otro en las paredes del pensammiento. Adueñarte de sus límites, conquistar sus fronteras. Derribar sus muros. Qué hippie. Los muros también son bonitos. Se cuelgan cosas allí, cuadros, fotos, por ejemplo. Sin muros quizas todo fuese más efímero aún.

Un grito silencioso, sin testigo, sin artista, sin dueño. Imponente sombra de un monstruo que se extiende sobre la pupila, la existencia, el tímpano. Esa criatura que se percibe en la periferia del campo visual.

Código sencillo pero cerrado. Quieres que todo el mundo sepa que no sabe exactamente, algo. Un tweet gigante, tosco y como de arcilla.

Pinto en donde me vean. Primero, no te ven. La obra como extensión del artista, como antifaz, como superpoder. Quiero que vean esta leyenda que soy. Quiero que me vean. Pero, ¿que me entiendan? A mi mismo yo canto. Whitman, besos.

Hombre de las cavernas. Él no sabía que sería el hombre de las cavernas. Todo cambia cuando sabes. Cambia la intención. La conciencia. El espect-actor. Dear Dorian, qué manera de poner la torta, ¿ah? Dándote cuenta.

¿Cuáles son realmente los límites y las preguntas pertinentes? El lenguaje propio del medio.

El debate por el respeto a los espacios.

El Estilo y el Grito.

Por expresarme yo, ¿puedo excluir a los demás? La señora “conservadora” existe.

Creación colectiva. Cuando la obra la generan todos no hay imposiciones, hay encuentros. Es bella precisamente porque no es solamente mía, porque no es de nadie. Tiene vida propia e independiente. Lista para domesticarnos. Nosotros le pertenecemos a ella. No al revés.

El mundo real es el del tatuaje. Recuerdo sentirme viva cuando decidí dibujar sobre mi piel algo que significara. Exteriorizar un símbolo que vivía profundamente dentro de mí. Al exteriorizarlo se redimensiona... (mil páginas más aquí.) Digo sin decir, sin estar, sin ver. Él me dice a mí qué significo yo; una persona que se atravesó en su camino y él tomó cautiva, no tuvo más remedio. Soy un eterno rehén de mi tatuaje, de mi instante efímero lleno de significado, que cambia y no puede cambiar y más allá de cualquier cosa, sigue siendo real. Imagino que grafitear es como tatuarse dejando ese pedacito de piel atrás. No cargarse sino dejarse. Dejarse para expandirse, para estirarse.

Esto es un grafiti pues.

Walt, Bertolt, Oscar, George y otros chicos del montón, prepárense.

Descubrí el agua tibia.



domingo, 23 de mayo de 2010

Conmoverse


Ana O'Callaghan


Hoy vi una película, “Me llamo Elisabeth” del festival de cine francés.

A veces, conmoverse es como tener un anzuelo clavado en el pecho, no lo suficientemente fuerte como para alzarte pero sí lo bastante como para hacerte andar de puntillas.

No, no es exactamente eso.

Es como estar cayendo eternamente a través de una atmósfera con propiedades invisiblemente elásticas.

Tampoco.

Es como caer en cámara lenta.

Sí, es algo así.

Como caer en cámara lenta sujeta de un cable enganchado del pecho con una eternidad de aire alderedor y sombras e inmensa soledad.

No, ni siquiera hay sombras. No hay sombras.

Conmoverse es ser el espectador de la propia vida.
Puedo estirarlo un poco bizcamente, y con una palmadita simpática sobre mi propio hombro decir que es un poco “como verse.” Incluso decir que es moverse con...

Lo cierto es que me conmoví. Qué dicha sentirse tan solo y tan acompañado al mismo tiempo. Y digo dicha por decir una palabra, la que busco en realidad puede que no exista. Tan imposible de definir como lo es conmoverse. Quería ser una niña de 10 años que encuentra en un loco suicida y un perro condenado el sentido de su vida. Quería poder regalarle un ganchito de cabello a alguien. Que hermoso que el arte haga eso. Qué hermoso que la originalidad sí exista después de todo. Que aún pueda reorganizarse el rompecabezas visual, que nos sabemos de memoria, en formas capaces de dejarnos sin aire y realmente conmovernos. ¿Qué don mágico habrá que tener para hacer una película así? ¿O es uno el que hace la película cuando la ve? Quizás sea una facultad de los franceses.

Cuando terminó sentí una inmensa tristeza y comprensión y felicidad. Hay un idioma natural que hablamos los seres humanos que está camuflado en el arte. Cuando logramos derrepente, descifrar una o dos palabras, nuestro ser grita de júbilo al reconocer algo propio de su patria original. Una identidad y reflejo de lo que uno - por favor, lo suplico - realmente es.

No es evadir la realidad. Es admitir que la realidad abarca más espacio del que creemos. Si no, ¿cómo realmente explicar que nos conmovamos? Esos instantes en donde te asomas dentro del agua, del agujero del conejo, del espejo, del armario. Lo importante de Alicia en el País de las Maravillas es algo que todos han ignorado: al regresar de su viaje, Alicia le cuenta sus aventuras a su hermana mayor y la historia termina con ella, la hermana, imaginando la soñada anécdota de su hermanita. El cuento lo termina el espectador. Lo importante es que el espectador se hizo partícipe. Se conmovió y esto permite que el cuento continúe.

Quizás no seamos Alicia, ni una niña francesa de diez años, ni un perro condenado, ni un loco suicida. Pero el sólo hecho de escuchar la historia nos hace protagonistas. Volvemos, en ese momento, a entender ese raro idioma instintivo, la lengua madre que nos humaniza. No sé si esto es alegre o triste o los dos. Conmoverse es materializarse en la soledad con una sonrisa y una puntada en el pecho y una esperanza. Ver a los locos y quererlos, por estar desarmados ante la vida, como uno. Poder sacudirse el polvo del rol y la cotidianidad y la “realidad” y decir “Me llamo Elisabeth” o como me llame, Alicia, o Neo, o Lucy o John Proctor o algo. Teletransportarse momentáneamente a la patria que nos vió nacer: el amor. Separarse de una lágrima que ya no está en la mejilla al momento de regresar. Esa lágrima que queda suspendida en la otra dimensión, alimentando su atmósfera y llamando en un eco distante a su dueño, por su nombre, para siempre. 

Vayan a ver "Me llamo Elisabeth" del festival de cine francés.

viernes, 21 de mayo de 2010

Ella en la Tierra de Tún

Ana O'Callaghan


-1-

Dos diminutos pajaritos revoloteaban entre la nevera y el armario de la cocina. Ella jamás los vió. Cuando acudió para presenciar el evento, ya se habían marchado, probablemente a ocasionar el mismo milagro de la inspiración en otra parte. Más tarde ella reflexionó que no había sido el hecho de los pajaritos, sino el que el señor aquel hubiese dejado todo lo que estaba haciendo para llamarla por su nombre para que fuese a ver los pajaritos. Eso fue genial.

Cuando regresó al lugar de donde se había marchado, permaneció algunos momentos parada intentando reconocerlo. El sentimiento que siempre le había producido aquel lugar no estaba, era otro; por eso le costaba tanto creer, así aturdida, que aquel era el sitio correcto.

Decidió sentarse, pero luego ya no quiso más estar sentada. Caminó, al cabo de un rato permaneció inmóvil, luego llegó a la conclusión que caminar era más fácil que estar parada.

Había sólidos bloques de madera de distintos tamaños colocados por toda la habitación, también había otras formas geométricas de diferentes materiales y mil colores. Todo en apariencia era normal, todo estaba tal y como lo había dejado momentos antes. Se subió a su bloque de madera favorito, enorme, y observó todo el parque desde las alturas. Comenzó a escuchar.

Sentada allá arriba, la brisa, con algo de llovizna, golpeaba su rostro. El usual “tap, tap, tap” que venía siempre desde dentro de los bloques se mezclaba con el de la lluvia sobre su superficie. Intentó escuchar más atentamente. Quizás como resultado de la misma lluvia logró identificar un sonido que nunca había escuchado antes allí, seguía siendo la lluvia, pero ahora caía sobre otro tipo de superficie, una corriente de agua, quizás.

Ella se sorprendió al concluir finalmente que debía tratarse de un río. No había ríos allí. El “tap, tap, tap” de los bloques se había vuelto más fuerte también. Descendió, y al llegar abajo se dió cuenta de que el piso de mármol blanco había desaparecido, en su lugar había una especie de césped de mentira, como el que hay en los clubs de playa. Ella estaba empapaba. Se puso a seguir aquel ruido de agua fluyendo, no sabía por qué, más y más adentro de aquella, ahora irreconocible habitación. Miró hacia arriba buscando el familiar techo blanco agrietado pero en su lugar había cielo y nubes de donde caía la lluvía, pero claro, entonces recordó que nunca antes había llovido allí. Nunca nada había roto ese perfecto equilibrio imaginado.

El “tap, tap, tap” había llegado ya a niveles evidentemente estruendosos que se confundían con la voz del río que tanto quería encontrar. Mientras corría, se distrajo observando un enorme paralelepípedo rosado de contextura frágilmente gelatinosa, y chocó contra un muro enorme de madera.

Al recobrar el sentido se encontraba tendida sobre la falsa grama, boca arriba, observando estupefacta el gigante cubo de madera con el que había chocado. La confusa tormenta continuaba, pero ahora el temor ya se había apoderado de sus sentidos y era incapaz de moverse. Solo podía escuchar el amenzante “TAP, TAP, TAP” que provenía de la enormidad que tenía ante sus ojos. El cubo comenzó a temblar. Ella cerró los ojos, esperando que quizás se desmayaría, y despertaría más tarde para encontrarlo todo en su debido lugar. Y sí, efectivamente, y como era de esperarse, considerando todo lo que la pobre había pasado, se desmayó.

-2-

Despertó, pero aún no se atrevía a abrir los ojos. Se sintió muy caliente; su ropa estaba empada de sudor. Extendió sus brazos hacia los lados y sintió que todavía estaba acostada sobre el césped. Sintió con más cuidado y decidió que ya no era césped falso; había tierra debajo, pequeñas hormiguitas caminaban ahora por sus extremidades, ignorantes de que su presa ahora yacía consciente.

El calor y la tierra la hicieron sentir más segura y se dispuso a abrir los ojos. Sabía que ya no llovía, que el ruido del agua y de los bloques habían desaparecido. Si sólo fuera porque la superficie en donde se encontraba no era el frío mármol de siempre, hubiese jurado que todo había sido un mal sueño. Pero el césped real que pinchaba su piel le decía que cuando abriese los ojos, no todo sería como esperada.

Ocurrió. Los párparos temblaban ligeramente mientras las pupilas se adaptaban a… ¿la oscuridad?... toda la sensación y el clima de aquel lugar la habían convencido que que se encontraría con una luz brillante y cegadora. El terror regresó ineludiblemente. Se puso de pie, tratando de buscar algo con que apoyarse, pensando inocentemente que el enorme bloque – último recuerdo – estaría allí en frente, a sólo unos cuantos metros. Caminó varios dudosos pasos hacia delante… nada… algunos más… nada, sus brazos seguían extendidos tratando de encontrar algo…nad.. ¿qué?, sus dedos ahora tocaban algo: una superficie rugosa y con infinidad de surcos. La poderosa mano se cerró sobre la suya y una voz en forma de risa, ni simpática ni macabra, dijo:

- “Ven.”

A ella no le dió tiempo para pensar. Aquel ser la haló por el brazo y el césped se acabó; ahora sólo caía interminablemente por las tinieblas.

- “Decide.” - Dijo la criatura.

La jovencita sólo pudo emitir una especie de gruñido confuso e histérico como única respuesta.

- “Decide en dónde vamos a aterrizar” – volvió a repetir la voz – “Si no, caeremos para siempre…”

Varios segundos después de esta lógica explicación, el abrupto golpe de agua aturdió sus sentidos momentáneamente, luego, el líquido llenó su nariz y reaccionando nadó hacia arriba buscando respirar. Entre lágrimas y estornudos lograba mantenerse a flote. Al cabo de varios minutos aquella risa sin cuerpo, tomó nuevamente de la mano y parecía arrastrarla por la corriente hasta un lugar más llano en aquel extraño estanque.

- “Hoy, me llamo Tupash… no significa absolutamente nada, además es sólo por hoy… veo que no tienes nombre…”- comenzó la criatura.

La primera genial respuesta que a ella se le pudo ocurrir en medio de aquel caos no fue otra que:

- “¿Cómo puedes VER, que no tengo nombre?, además aquí no se puede ver nada…”
- “Primero, no preguntes bobadas niña y segundo, lo de la luz lo podrás solucionar en algunos instantes, como decía, no tienes nombre, dado que estamos lo suficientemente mojados como para encontrarnos en una situación, digamos, bautismal… te llamarás… Tún” dijo atrevidamente Tupash.
- “No creo que me quiera llamar Tún, además…”
- “Te llamarás Tún, y no preguntes bobadas.”
- “pero…”
- “Tún! Además no significa absolutamente nada…” – y con esto la risa de la criatura llenó el espacio infinito y poco a poco se fue alejando hasta que al cabo de un momento sólo el eco sobrevivía.

-3-

Tún, – llamémosla Tún – observó cómo poco a poco la oscuridad fue desapareciendo y el líquido resplandecía pacíficamente a su alrededor… era lo único que había a su alrededor. Estaba parada en una pequeña isla sumergida bajo el agua algunos centímetros, y lo único que se veía era agua por todos lados. Fue entonces cuando cayó en cuenta que también Tupash había desaparecido, bueno esto no le constaba porque jamás lo había visto… lo llamó varias veces por su nombre pero nunca respondió.

¿Qué habría de hacer ahora allí, atrapada en una inmensidad de agua y cielo? Cielo…, miró al cielo y vió que no era cielo. Lo que había arriba era un, también interminable, techo de madera.

Justo cuando comenzaba a preguntarse que haría ahora , un gran “Blup” de su lado derecho hizo que volteara. Vió entonces, flotanto tranquilamente, un barquito de papel blanco de tamaño natural. Sin pensarlo mucho nadó hasta él y con algo de dificultad logró subirse. Quizás alguna parte de ella pensó que el barquito comenzaría a navegar automáticamente hacia un destino… pero no fue así. El barquito permaneció flotanto alrededor del sitio de donde había surgido.

Tún permaneció varias horas sentada en la popa del barco observando el agua, era densa y oscura, prácticamente no se podía ver a través de ella, tampoco se podían ver los reflejos, sólo el brillo de la luz y las sombras del barco y de ella.

Alguien suspiró. Tún dio un brinco de sorpresa y de inmediato la familiar risa de Tupash se volvió a oír.

- “¿Dónde estás? – Dijo Tún algo molesta.
- “¿Aquí abajo queridita…”
- “¿Dónde?”
- “Me has estado observando el rostro por horas y aún no me reconoces…”

Al escuchar esto, Tún se asomo nuevamente por la borda en el mismo sitio donde había permanecido hasta sólo hace algunos segundos. Allí flotaban su sombra y la del barco.

- “¿Estás bajo el agua Tupash?” preguntó Tún comenzando realmente a fastidiarse.
- “¿Cómo podría verte desde debajo del agua?, ¿ves tú lo que está bajo el agua?
- “no, pero…”
- “Y no sabes que lo lógico es que si yo te puedo ver a ti, tu también puedes verme a mi…”
- “Entonces no me estás viendo!!” Finalmente grito Tún fúrica.
- “¿Por qué? – Pregunto irónico el otro,
- “Porque no te veo”
- “VE MEJOR”

Entonces Tún se concentró muchísimo con su mirada fija en su sombra y la del barco, pero realmente no podía ver más nada. ¿Dónde demonios estaba ese bicharraco? Allí sólo estaban las sombras oscuras e impenetrables del barco y ella… derrepente, en un inconciente chispazo de genialidad dijo:

- “¡Eres la sombra!”
- “Bravo, ahora que nos entendemos mejor te puedo sugerir que hagas algo con el estúpido barquito que encargaste, o sólo estás aquí para tomar el sol”
- “No hay sol, el cielo es de madera”
- “No digas boberías”
- “Todo lo que digo es una bobería”
- “Así parece.” - y con esto Tupash soltó una gran carcajada que curiosamente fue menos fastidiosa y más simpática. – “Soy yo quien te hace preguntar tantas boberías, boberías que sólo la oscuridad te permite preguntar, boberías que no te voy a responder… pero es mejor que yo esté aquí para que preguntes, a que no… ¿verdad?”
- “…erm, uhú…”
- “Bien, el barco, ¿probaste en todas las direcciones?
- “Bueno es que no sé cómo moverlo…”
- “Necesita impulso, boba”
- “¿Cómo le doy impulso si estoy en medio del océano?”
- “No es el océano realmente…”
- “¡Lo que sea!!”
- “Tún… eres realmente boba” Tupash rompió a reir nuevamente y la sombra desapareció.

Ahora estaba realmente molesta. No sólo Tupash no respondía sus preguntas, sino que la insultaba y además no la ayudaba para nada. La frustración era incontenible, se sentó en el piso del barco y con sus dos puños cerrados lo golpeó. En ese preciso instánte el barquito se sumergió completamente bajo el agua e inmediatamente volvió a subir. Tún estaba atónita... ¡y seca! Era como si debajo del barco hubiese un larguísimo tubo que la protegía del agua. Impulso, claro, “todas direcciones”, no podía ir hacia ningún lado porque no tenía remos, tampoco podía volar, solo quedaba ir hacia abajo. Al llegar a esta brillante coclusión, Tún dio un enorme brinco y cayó con todo su peso sobre el piso del barco, con lo que el frágil papelito se sumergió rápidamente bajo el agua, y como succionado por una gran aspiradora, continuó bajando hasta los confines más profundos de ese océano… o lo que fuese.

-4-

Cayó sobré una superficie cubierta de plumas blancas, el barquiro, que se había convertido en paracaídas la cubrió completamente unos segundos después. Logró salir de debajo de la enorme hoja de papel y la observó con cuidado. No podía ser la misma, la otra estaba vacía, blanca, esta tenía palabras escritas, de hecho la tinta la había manchado un poco la cara y el cabello. Sentía que Tupash estaba allí en algún sitio, quizás en la oscuridad de aquella tinta y aquellas palabras. Las reconocía aunque no las había escrito, no aún.

Miró hacia arriba. El techo seguía siendo de madera. Miró hacia abajo, el piso lleno de plumas. Estaba segura de que en algún lugar debajo de esas plumas habría alguna otra manera para seguir bajando.

Intentó quitar una de las plumas del piso y toda la habitación comenzó a moverse. Las plumas estaban pegadas y cada halón parecía ocasionar una gran conmoción terrenal. Escuchó un aleteo y de en medio de una nube de plumas un curioso ojo se abrió para verla. “Pip, pip, pip”, decía el enorme pájaro y la miraba. Ella asustada no sabía qué hacer y se aferró con más fuerza a la pluma que sostenía. “Pip, pip, pip” Respondió otra enorme cabeza del otro lado de la habitación. Los Pájaros se vieron y al unísono comenzaron a golpear las paredes de la habitación con sus picos: “tap, tap, tap… tap, tap, tap”.

El sonido despertó algo en la memoria de Tún, ¿sería verdad? Se acercó a la cabeza del pájaro y se quedó parada frente al enorme ojo que detuvo su “tap, tap, tap” mientras el otro continuaba solo. Se vieron, el pájaro y Tún se vieron. En este reflejo, Tun se reconoció y comenzó a recordar su nombre -quizás lo escuchó a lo lejos- el de verdad, el que tampoco significaba absolutamente nada pero que era de ella. En un impulso el pájaro comenzó a volar, el otro siguió su ejemplo y las paredes de madera se desmoronaron a su alrededor. Ella se asomó otra vez a la pupila del ave, y desde la negrura Tupash le sonreía, no lo podía ver claro, pero sabía que Tupash estaba allí en la negrura… sonriendo.


- - -

Dos diminutos pajaritos revoloteaban entre la nevera y el armario de la cocina. Ella los quería ver. Cuando acudió para presenciar el evento, ya se habían marchado, probablemente a ocasionar el mismo milagro de la inspiración en otra parte. Más tarde ella reflexionó que no había sido el hecho de los pajaritos, sino el que el señor aquel hubiese dejado todo lo que estaba haciendo para llamarla por su nombre para que fuese a ver los pajaritos. Eso fue genial.

jueves, 20 de mayo de 2010

El que Canta

Ana O'Callaghan


Hay un espacio.
Personas que te ven y que vemos.
A veces no está ese espacio.
No están las personas.
Cada vez hay menos
personas
espacio
personas
espacio.
Mientras menos personas menos espacio.
-----

Oscuro el día cuando la canción abandone.
La música, ese espacio.
Deben permanecer los que cantan el espacio.
Oscuro el día cuando el cantante abandone.
Se cerrarán lentamente las paredes sobre el silencio,
cuando se vayan las personas que cantan.
La canción dibuja el espacio habitable,
donde un contraluz recorta la silueta de una sombra de persona.
Sin ese espacio, eco, con un poco de suerte,
de algo que quiere pararse y bailar.

A veces extraño bailar.
Se piensa menos cuando se baila.
Se martillan los tablones del espacio.
Oscuro el día que funda piso y pie.
Cuerpo, huye de mi y grita de lejos mi nombre
para que acuda
y exista en el espacio.
En la música, dentro de los zapatos, detrás de los lentes,
en frente del cantante, debajo del tatuaje.
Arriba del espacio.
La misma canción
del espacio; la pista, para existir en el baile.

La gente que canta no se puede callar nunca.
Oscuro el día que desarme las notas.
Y las piezas rotas de espejos vacios las sostenga,
cómo último recurso,
el silencio en forma de alfileres.
Patético rastro de espacio intangible y borroso,
que teje la larga sombra en la que se desvanece mi rostro.

La gente que canta es demasiado importante.
Es demasiada responsabilidad.
Pobre gente que canta.
¿Por qué cantará, la gente que canta?
Oscuro el día en que se propongan responder.
Cantan.
Haz de aliento que atraviesa el minuto suspendido
y con cada segundo un parpadeo.
Ojos sordos inundados, que siempre estuvieron allí,
sólo los veo en la canción.
Música que revela a los otros que escuchan,
a la tierra que piso; el espacio,
y sobre todo las distancias.
Lugares donde están los otros.
Sin distancia no hay sitios a donde llegar.

Oscuro el día cuando la víbora estrangule el cadáver de camino.
y los pasos se sienten en mecedoras amnésicas
y la única música sea el crujir de la madera,
que invento en un guiño como si fuera mi cómplice para consolarme.
No es nada.
Quizás sólo el murmullo insistente y oxidado que terminará por despertar al cantante.
El cantante debe despertar.

Oscuro el día en que se trasnoche la canción.
Y dormida se disuelva inocente entre las sábanas del vacío.
Por no haber quién cante, la canción no es.
la música no es,
el espacio no es,
el otro no es.
El que canta es demasiado importante.


(Humildemente, para G.C.)

domingo, 16 de mayo de 2010

Las Horas

Foto: Algún lugar de York. A.O'C.
 
Ana O'Callaghan

Escrito el 14 de mayo de 2003.
 
Enganchadas en el anzuelo.
Sumergidas bajo el mar eterno,
de la calma, anestésico.

Nado alrededor de la carnada,
intentando, sí, queriendo morder alguna.
Tragármela.
Anhelando el pinchazo de la aguja.
Atravesando las escamas.
Ascendiendo contra la presión.
Aguantando los golpes fantasmas
del agua contra mis ojos
Abiertos.

Aire.
La primera asfixia de aire.
El fuego de la hoguera tostándome.
Sonidos colorean mis tímpanos
entumecidos...
Lejano ya, el solitario eco de las gotas
en el sólido silencio del océano,
Nadie la extraña.

El Pescador y Ella. Ella y el Pescador.
Rota por fin, la prisión infinita.
Dándose cuenta de su propia consecuencia,
observa incrédula que se encuentra acompañada.

Entonces permite que el aire la envenene.
Feliz de saberse en un destino.
Lejano ya, el solitario eco de las olas...

El mar continúa.

El mar continúa.

El mar continúa.

Callado.

La Fábula y El Teatro Político: De cómo Buenaventura, Esopo y mi madre se parecen.

Ana O'Callaghan


Cuando era pequeña, mi mamá me ponía a transcribir las fábulas de Esopo para practicar mi caligrafía. Siempre me llamó la atención, cómo ese señor, muerto hace ya tanto tiempo, podía estarme hablando tan directamente. Me impresionaba de especial forma cómo los regaños y sermones que yo era incapaz de entender de mi madre, eran tan obvios y lógicos en las historias de zorros, hormigas, labradores y peces. Recuerdo esto y me doy cuenta de que probablemente allí descubrí lo bello de la metáfora, lo útil que es ver la propia vida desde afuera, aunque sea un instante, para finalmente internalizar una verdad. La imagen y la acción que Esopo hilaba con astucia en mi imaginación liberaban mi pensamiento y me permitían entender lo que mi madre quería de mí. También comprendí que el darme las fábulas de Esopo no era un acto inocente, mucho menos el pedirme que las transcribiera con mi puño y letra. Mi mamá y Esopo me hacían partícipes de una realidad a través del arte. Era una creación colectiva ya que al final quedaba en mi una idea que no era completamente de Esopo, ni de mi mamá, ni mía; era de todos.

Narro esta historia porque no puedo evitar relacionarla con la esencia de lo que para mí es el teatro político. No era lo mismo que me dijeran: “no pelees con tus hermanos” a que me contaran la fábula de los tres hijos del labrador y de cómo cada uno pudo romper fácilmente los palitos de madera cuando estaban separados, mientras que les resultó imposible hacerlo cuando estaban juntos. Entonces el “no pelees con tus hermanos” se convería en “en la unión está la fuerza” y todo cobraba una nueva dimensión hasta ese momento inaccesible.

 En el caso del teatro de creación colectiva del TEC y de Buenaventura, persiste esa intención de hablarle directamente a la audiencia, crear un espejo poético y quizás grotesco de su realidad. Yo no soy un zorro pero se perfectamente lo que el zorro siente cuando no puede alcanzar las uvas. Me relaciono con el zorro o lo rechazo, pero tomo una postura ante el zorro, me obliga a decidir si estoy de acuerdo con el zorro o no -sigo utilizando a Esopo como punto de comparación- Me distancio y me identifico y reflexiono. De esta forma veo la historia de Peralta, de la vieja mendiga, del candidato y de todos los personajes y situaciones que los rodean. La diferencia está en que se trata de situaciones mucho más específicas y latentes de nuestra realidad latinoamericana y que el medio de comunicación o expresión es el teatro, es la acción artística, es el encuentro directo espacial entre emisor y receptor, y emisor y receptor. La cualidad del eterno “ahora” lo hace más contundente, más urgente, más pertinente. Buenaventura abre un pequeño agujero por dónde observamos un microcosmos metaforizado de nosotros mismos. Es un simulador de nuestra situación social llevada hasta sus últimas concecuencias de expresión. Este momento de encuentro genera una descarga eléctrica que nos despierta del coma de la cotidianidad, en donde las verdades trágicas de nuestra existencia se funden con el paisaje, con el tiempo, con el clima, con la urgencia e inmediatez desesperantes del día a día que atenta contra cualquier instante de reflexión.

¿Por qué en el teatro se puede crear este momento? Porque en el teatro, por así decirlo, mandan a apagar los celulares. Porque ir al teatro significa haber tomado la desición conciente de ir a que me suceda algo, de dejar afuera el mundo exterior para irónicamente encontrarlo de frente sobre el escenario pero a otra velocidad, a otro tempo, en otro lenguaje. Ese lenguaje que yo relaciono con lo que dice Octavio Paz sobre “La Otra Voz”, ese idioma original al cual todos respondemos y que nos humaniza, el lenguaje poético, la musicalidad de las palabras y las imagenes reorganizadas de forma tal que cobran vida nueva, que apelan diretamente a nuestros sentidos y a nuestro pensamiento. En obras como El Menú y La Orgía, se puede captar un lenguaje teatral cuya decodificación por parte del espectador va a generar necesariamente la reflexión, la búsqueda de referencias tangibles en él mismo y en su entorno. Son como muñecas rusas, un regalo muy bien envuelto o un juego de “Sospecha”, hay que seguir destapando, hay que descifrar las pistas, hay que resolver el acertijo y para eso hay que pensar. Al igual que mi mamá me pregunta a los ocho años porqué la hormiga decide ayudar al ave, el mudo nos pregunta el motivo de la muerte de su madre, la vieja mendiga. Igual que Esopo coloca la moraleja de sus fábulas al final, Buenaventura hace que los mendigos canten la canción de la muñeca rota al final de El Menú. Nos reitera, de otra forma lo que nos ha estado diciendo toda la pieza. Ambas historias son, de alguna manera, circulares, ambas vuelven a la voz del pueblo, al inicio: el mudo ya no busca su dinero sino respuestas, pero busca. Esta estructura circular me remite al agujero del microscopio, al espectador analítico que se formula preguntas, que genera un debate. Esa audiencia que se expone a la disonancia cognitiva enfrentándose con esta realidad “del otro lado del espejo” por así decirlo, es parte también de la creación colectiva. El actor es una herramienta activa que da forma y valor artístico al sentimiento de una comunidad, que finalmente aterrizará de forma concreta e impredecible en el espectador, que puede o no ser parte de esta misma comunidad. Sin este último la experiencia carece absolutamente de sentido. En este último es donde finalmente se termina dando el fenómeno del teatro, ese arte de vernos a nosotros mismos, como decía Augusto Boal.

Ahora me pregunto, ¿mi encuentro con Esopo produjo en mi un cambio de actitud? Sí, muchas veces me acordé del labrador y sus hijos antes de pelear con mis hermanos. Todavía hoy en día vienen a mí imágenes que no puedo identificar específicamente pero que contienen esta carga cognitiva que es parte de mi personalidad. Es decir, sí, Esopo con su fábula política sigue aún generando cambios positivos, tantos años después de su muerte. ¿Cuál es el cambio que pragmáticamente genera el teatro político? ¿Sólo nos deja la estética de la incertidumbre? Puede que poco a poco el teatro político genere gente, devuelva a la humanidad el criterio, el pensamiento, el alma, la identidad. A difeferencia de Esopo, Buenaventura no sugiere qué hacer, sólo enciende el seguidor sobre una situación y otra y otra. Sólo pide que se piense. El volver a poblar el mundo con gente que piense libremente, que despierte del coma es, a muy largo plazo, la misión que para mí tiene el teatro político. Cuesta esperar tanto, pero me acuerdo de la gallina que ponía huevos de oro y de cómo la desesperación de sus dueños acabó con toda posibilidad de enriquecimiento. Esopo nuevamente me rescata. Hay un teatro de incertidumbre porque vivimos en un mundo de incertidumbres. No hay certezas, no hay respuestas, por lo tanto hay hipótesis y hay posibilidad. Transcribo en mi pensamiento la idea hasta hacerla mía, grabo la imagen en mi mente hasta que cubra mis ojos, sigo detenidamente los pasos hasta caminarlos, hasta que mi pie entre en la huella. En la plena conciencia, en la observación de mi propia existencia, conservando mi criterio, abriendo mi posibilidad y la de los otros. Es un proceso lento pero seguro, como Esopo y mi madre en mí, como la tortuga y la liebre, como la gallina de los huevos de oro, como Brecht.