miércoles, 25 de mayo de 2011

Eran tres (quizás cuatro)

Imagen: http://www.halmarcus.com/artist_gallery/marcus/TresHermanas.jpg

A. O'Callaghan

“Otra vez mi corazón se ha roto” Se dijo, teatralmente, agotada después de un día larguísimo, extraño, bipolar y esquizofrénico. Siempre había sido dura para enamorarse. Quizás por miedo o las inseguridades infantiles que terminan soldando las bisagras del femmefatalismo trasnochado del siglo XXI. Aquel estado de ánimo que le permite a las gatitas tímidas andar por la vida emanando misterio. Aparenta saber más de lo que sabe, al punto de creérselo.

Está vez se dejó. Bajó las defensas. La agarraron completamente fuera de base. Inesperado, poético, abrumador. Le hablaban a la niña intensa de quince años que escribía poesía en la clase de inglés o de literatura, (o de alguna otra materia en la que saliera bien) cuando terminaba el ejercicio con demasiado tiempo de sobra. En aquel momento de quince años, cuando sin que le hubiese pasado gran cosa, ya se sentía así. Quizás se proyectaba en el futuro y lo que hizo en los quince años siguientes fue convertirse en aquella. Aquella que imaginaba podía defenderla de todo lo que intuía, le iba a pasar. Como un alter-ego de manicomio. Como un Dr. Jeckyll y Mr. Hyde romántico-sexual. La una sabía que la otra no iba a durar mucho en las fauces de ese mundo horrible que la esperaba. Ese mundo lejano al que nunca quiso pertenecer. La una contruyó a su Frankenstein desde cero, desde novelas infantiles, desde diarios de plástico con candados rosados, desde las horas de soñar despierta, desde las miradas inquisidoras de hombres extraños, desde el espejo, desde películas blanquinegras. La creó desde la parte de atrás de agendas y cuadernos, desde dibujos caricaturescos de señoritas con vestidotes de gala, desde las cobijas en forma de trajecitos strapless. La creó para que la defendiera, para que se tragara ella al mundo y no al revés. Nació de sus ojos que apropiadamente cambiaban de color y la hacían no saber nunca el look de su cara; dependía de la luz. Esa extraña cualidad de no poder reconocerse en una foto, en una historia. Complejo eso de no saber cómo se ve uno; como estar vestida de Julieta y decir los textos de Lady Macbeth. Confuso ver el reflejo en el agua de una Beatriz ahogada en lugar de Ofelia.

Lo cierto es que la otra, el monstruo de tormenta eléctrica que no sabe lo que hace, comenzó a abandonarla. Quizás la constante adivinanza con respecto al peso de su sombra, causó que los límites se borraran. Parece que se fusionaron y ya no saben quién es quien. Se cuelan muecas y gestos de la una en la otra.

En todo caso, el punto es que, no saben si fue por la edad, o por las historias de amor que ahora sí ocurrieron, o por los sueños rotos, o por qué; pero por alguna razón se les rompió otra vez ese aparatico de cuerda confuso que tienen por corazón. Cada vez que se les rompe se acuerdan de que existe, (que dentro de todo siempre es un alivio saber que está allí) que no fue que se les perdió o que lo dejaron en alguna parte, olvidado con el paraguas o las llaves. Porque eso sí que ninguna de las dos hace; regalarlo. Que se los rompan todo lo que quieran pero que al final les devuelvan su perol oxidado de tuercas sueltas. Ese relojito es de ellas. De ellas, nada más.

La verdad ineludible es que dejaron, las dos, que se lo rompieran otra vez. Y nada, eso. Ahí está nuevamente en varias partes sobre la mesa, con el aspecto de ser las piezas inexplicables que sobran después de armar un estante. Esos pedazos que no van en ningún sitio pero están allí, puestos por gusto por un ingenierito ocioso, por joder.

Ven aquel esperpento robótico y piensan que sí lo quieren, vale. Esperolado y todo. Chueco. Lo ven como si fuera un control viejo de atari, con nostalgia, con cariño. Como queriendo tener el resto del paquete, el jueguito, la consola, la vaina. El compañero de juego. Como queriendo que sirva, para usarlo. Queriendo que estuviese de moda pac-man, o el de dispararle a los patos. Aunque ese ya era nintendo pero bueno, ellas se entienden entre ellas.

“No te vas a morir” le dice la una a la otra en esos breves momentos en donde logran separarse para verse frente a frente. Lo malo es que ya nadie sabe cuál es cuál. Siamesas. Entonces, ¿cómo para qué? Mejor ser una sola, que ya puede decirse que es medianamente consistente y respetuosa con ambas caras de la moneda, y que le busca arreglo constante a esa pistolita obsoleta anaranjada y gris.

“Me rompiste otra vez el corazón” Se dijeron ambas al unísono. Sus voces son levemente diferentes, una logra unos decibeles menos que la otra y habla un poco más lento, mirando de reojo y fumando... fumando, seguramente. La otra tiene los ojitos aguados y la almohada contra el pecho. Se abrazan, la una trata de no llenarle el pelo de humo a la otra; la otra de no mojarle de lagrimitas el abrigo de piel a la una (de piel falsa, ojo, ambas tienen la misma conciencia ecológica)

“Me jodiste la vaina, chica” Siguen hablando al mismo tiempo. Quién las entiende. Y se ponen cada una con un pedazo de artefacto bradicárdico (¿Existirá esa palabra?) a tratar de descifrarlo. En eso, se dan cuenta de que las observa una tercera. La que siempre pica el ojo. A esta otra le gusta reirse y burlarse de las gemelitas fantásticas. La tercera hermanita, que no se sabe si es un poco mayor o un poco menor que las otras, las tiene sometidas (cuando aparece.) Ella se va mucho de farra y no le gusta pararle mucho al dúo dinámico. Cuando ella no está, las otras hacen desastres. Ya se estaban preguntando cuándo vendría. Se empezaron a dar cuenta de que estaba llegando, algunas frases atrás.

“Denme acá, vale. Par de pendejas” Las otras, obedientes, hacen entrega de sus respectivos bouquets de tornillos. Se sorprenden (otra vez) cuando la tercera lo que hace es sacarse el chicle bomba de la boca y remendar todo el asunto pegostosa pero efectivamente. Les guiña el ojo y se los lanza de vuelta. Las otras, cual damas de honor se pelean por atajarlo.

“¿Qué harían sin mí?” Se pregunda la tercera mientras saca otro bubaloo del bolsillo trasero de su bluejean punky-brewster. Se aleja de allí sin que le importe mucho quién se quedó con el aparatico. Ese tema no es con ella, que funciona por control remoto... (¿habrá una cuarta?) ... (Quizás la de los paréntesis) Bueno total que, finalmente, en conclusión, a la hora de la verdad, en su debido momento, la malandra-masca-chicle que es la número tres, se enterará del show y aparecerá – fashionably late – a tomar cartas en el asunto.

(Nota: De leerse en voz alta este cuento debe decirse “entre paréntesis” luego de decir lo que está dentro de los paréntesis. Entre Paréntesis.)