martes, 5 de julio de 2011

Página / Suelta



(Página encontrada empapelando una ventana por fuera, presionada por el viento.)


Cuando despertó no recordaba nada de lo que había pasado. Lo único que tenía sentido, en esos breves instantes iluminados en donde emerge del coma era ponerse a leer Breakfast at Tiffanys. Lo único. Sabía que había escuchado la misma canción cientos de veces. Se la sabía de memoria y había grabado su propia voz cantándola. Tuvo una escena imaginaria con un viejo amigo en donde se daban cuenta de que su chance para el amor había pasado hace tiempo. Lo último que sabía es que había estado viendo televisión por horas y que si no fuera porque la película estaba mal grabada estaría todavía tatuada sobre el sofá de su casa. La única certeza es que queda un sólo cigarrillo. Piensa en esa obsesión absurda que tiene con fumar y cómo debería dejarlo. Ha navegado peligrosamente cerca de la raya antes y no debería seguir tentanto al destino. Sabe que ha pensado mucho en eso de las amistades perdidas. Sabe que duelen casi como duele arrancarse un pedazo de huella dactilar y esconderlo para siempre. Todo uno se redefine. Pensó también en los amores perdidos y cómo aún se escabullen segundos confusos en donde menos se les espera. Pensó en su vocación y planes a futuro. Pensó en esos humildes esfuerzos que hace por sobrevivir. Pensó en conversaciones, imagenes y alucinaciones. Recordó lo sola que estaba y súbitamente se vió en la playa en carnavales a los doce años disfrazada de geisha. Se dió cuenta de que había sido bastante inapropiado que la hubiesen dejado disfrazarse de geisha. “Qué linda la chinita” decía la gente. Le dio mucha risa recordar eso.

Fue a la cocina a tomar agua. Se devolvió porque había dejado el vaso en el escritorio. Llenó el vaso de agua. Volvió a pensar en el último cigarrillo. Pensó en los sujetos invisibles y en los dramas que se inventa para respirar. Pensó en lo mucho que le gusta reirse. Haciendo nuevamente un personaje que la había marcado, se dió cuenta que se había disuelto allí su propia personalidad. Se pregunta quién sería ella ahora sin el gesto, la mueca y el comic timing. ¿Sería algo detrás de todo eso? Pensó que era un buen momento para fumar. Pensó que debería escribir su película, grabar su corto, publicar su libro y montar su obra. Se preguntó si debería volver al psicólogo. Luego decidió que este plano metatextual en donde se refugia a veces es suficiente terapia. Ve a la tristeza como esa copa medio llena de algo que siempre tiene en frente y bebe. Pensó en el significado del perdón y de cuánto necesita darlo y recibirlo. Eso último lo escribió rápido porque había dejado el cigarrillo momentáneamente en el cenicero y recordó que era el último y que no podía dejar que simplemete se consumiera. Hizo una metáfora de eso con su vida y le guiñó el ojo a ese inmortal y demente optimismo que a pesar de todo no la suelta.

Escribir le calma a sus monstruos. La hora del té. Todo se resuelve con un té. Ir a hacerse un té es una cantidad de minutos que le dan qué hacer para no pensar en el insomnio. Dormir siempre hace que los días lleguen más rápido y lo que sucede es que quiere detener el tiempo. Hoy se dio cuenta, viéndose al espejo que siempre tiene una ceja más levantada que otra. Quizás un error genético o estético pero que le da a su cara una expresión ineludible de sarcasmo. No sabe qué tan cierto es eso. En fin, un dato curioso.

Volvió a poner la canción. Una última vez y luego a enfrentar las sábanas y el reloj. Estos días de quietud son muy raros, pensó. Por eso los evade inconscientemente al tiempo que los añora. Se prepara para salir de la burbuja y dormir, hasta quien sabe cuándo. Se acabó la canción y sintió la necesidad de un seudónimo impreciso. 

(Nota: Al momento de arrancar esta página del cuaderno y liberarla al viento ya ha dejado el cigarro por completo, otras cosas han pasado, otro despertar del coma en donde se pone a revisar la última entrada de la bitácora. En otro avión de papel próximo se sabrá lo que sigue.)