lunes, 28 de febrero de 2011

Untitled


Ana O'Callaghan

Cuando el cristal prisma se cubre de polvo en un estante,
el silencio se llena de promesas metálicas.
La vocación ineludible me desgarra la ropa.
La armadura, insuficiente, apenas permite la existencia.
Es un dedo equilibrista que sostiene la sombra de los sueños,
al borde del acantilado.
Ese es el oficio.
A veces la juventud hace envejecer,
Injustamente más.
Duele.
No hay que dar nada a cambio.
Manos abiertas.
Recibir.

Hacer planas también duele.
Tatuarse la tinta china de las lecciones en la frente.
Un péndulo de jabón.
Es lo mismo.
Hilitos frágiles de seda.
Ciertas cosas, en lo más profundo, se rompen.
A veces se rompen.
Las cosas no dejan de ser ciertas,
porque se conviertan en guiño.
La vocación está intacta.
Más fuerte aún porque duele.
Duele porque es real.
Importante
Porque mostrar, revelar, entregar; duele.

Esperar también duele.
No entender nada duele.
Jugar a negociaciones tácitas, sociales, imaginadas.
Es agotador.
No quiero esperar, quiero saber.
Saber duele.
Un nuevo día comienza.
Otra oportunidad.
Cuál es el precio?
No sabría decir. Es diferente al que pensé.

Duele tanto, sobre todo, no inhalar tiza, alfombra, marcador.
Carisma estéril.
Una descarga eléctrica ahogada.
Un fracaso.
Quizás no es para tanto.
Quizás no se pueda no responder al impulso.
Aprender es, a veces, inevitable.

La ilusión de control.
Falsa, efímera magia.
Una mesa de póker regalada.

Eso, aquel oficio, es derrumbar y construir al mismo tiempo
contra la gravedad.
Levantar las piezas antes de que toquen el suelo.
Sostener.

Entrar sin pedir permiso para mostrar cómo se toca una puerta.
Sólo tengo mi instinto.
Mi alma.
Sí, es un acto del más puro, incandescente e invasivo amor.
Sé lo que es este amor, si no otro.
Y como todo amor incondicional.
Vocacional.
Duele.

Esto es sobre demasiadas cosas al mismo tiempo.
Quizás no sea para tanto.

No dije la palabra. 
Trato de no usar palabras que no se qué son.

No hay comentarios: