jueves, 27 de mayo de 2010

El Mundo del Tatuaje: Explo-reflexión grafitera


Imagen: http://www.artespain.com/tag/remate
Ana O'Callaghan

Hoy fui a la inauguración del primer festival de intervención urbana en la Pastora.

Lo de los graffitis.

Ah.

Algunas cosillas que pensé mientras escuchaba:

Una foto de una sala improvisada en medio de la calle, frente a unos rieles, hecha con cualquier cosa: la evidencia de que estuve allí. Domesticar el espacio, tal cual zorro.
El Arte imita al Arte. Ay Oscar.

El estar aquí es un todo. Es una declaración. Es como una cantidad de gente suspendida en el tiempo que me estaba esperando. El mundo paralelo que me obliga a pensar en las cosas en las que quiero pensar. Osea no me obliga, a mi, por lo menos, no me obliga. La distancia que hay entre una cabeza y otra. Cómo alguien hablando puede llevarte a una burbuja increíble en donde una cantidad de cosas que instintivamente sabes son bautizadas, tienen nombre. La densidad del aire cambia. La iluminación. El mundo del pensamiento, un mundo que lleva a la sensación. Entendí todo, Bertolt Brecht, ¿oíste? (o por lo menos tengo una sospecha con estilo) El mundo del tatuaje. Del Gestus Social. El mundo real.

Qué infinitamente horrible y aburrido es, por otro lado, escuchar a alguien absolutamente desprovisto de pasión. La comunicación es tanto más. Ay Shaw, comprendo tu miedo (y cuando digo que comprendo quiero decir que me acordé humildemente de aquello de la ilusión de la comunicación.)

Quizás por eso exista el teatro. La ilusión real. Que no es lo mismo que la realidad ilusa. Ojo.

Ese sentimiento incendiario, inmerso dentro del hecho de rayar una pared. Comunicarse bien, es pintarle al otro en las paredes del pensammiento. Adueñarte de sus límites, conquistar sus fronteras. Derribar sus muros. Qué hippie. Los muros también son bonitos. Se cuelgan cosas allí, cuadros, fotos, por ejemplo. Sin muros quizas todo fuese más efímero aún.

Un grito silencioso, sin testigo, sin artista, sin dueño. Imponente sombra de un monstruo que se extiende sobre la pupila, la existencia, el tímpano. Esa criatura que se percibe en la periferia del campo visual.

Código sencillo pero cerrado. Quieres que todo el mundo sepa que no sabe exactamente, algo. Un tweet gigante, tosco y como de arcilla.

Pinto en donde me vean. Primero, no te ven. La obra como extensión del artista, como antifaz, como superpoder. Quiero que vean esta leyenda que soy. Quiero que me vean. Pero, ¿que me entiendan? A mi mismo yo canto. Whitman, besos.

Hombre de las cavernas. Él no sabía que sería el hombre de las cavernas. Todo cambia cuando sabes. Cambia la intención. La conciencia. El espect-actor. Dear Dorian, qué manera de poner la torta, ¿ah? Dándote cuenta.

¿Cuáles son realmente los límites y las preguntas pertinentes? El lenguaje propio del medio.

El debate por el respeto a los espacios.

El Estilo y el Grito.

Por expresarme yo, ¿puedo excluir a los demás? La señora “conservadora” existe.

Creación colectiva. Cuando la obra la generan todos no hay imposiciones, hay encuentros. Es bella precisamente porque no es solamente mía, porque no es de nadie. Tiene vida propia e independiente. Lista para domesticarnos. Nosotros le pertenecemos a ella. No al revés.

El mundo real es el del tatuaje. Recuerdo sentirme viva cuando decidí dibujar sobre mi piel algo que significara. Exteriorizar un símbolo que vivía profundamente dentro de mí. Al exteriorizarlo se redimensiona... (mil páginas más aquí.) Digo sin decir, sin estar, sin ver. Él me dice a mí qué significo yo; una persona que se atravesó en su camino y él tomó cautiva, no tuvo más remedio. Soy un eterno rehén de mi tatuaje, de mi instante efímero lleno de significado, que cambia y no puede cambiar y más allá de cualquier cosa, sigue siendo real. Imagino que grafitear es como tatuarse dejando ese pedacito de piel atrás. No cargarse sino dejarse. Dejarse para expandirse, para estirarse.

Esto es un grafiti pues.

Walt, Bertolt, Oscar, George y otros chicos del montón, prepárense.

Descubrí el agua tibia.



domingo, 23 de mayo de 2010

Conmoverse


Ana O'Callaghan


Hoy vi una película, “Me llamo Elisabeth” del festival de cine francés.

A veces, conmoverse es como tener un anzuelo clavado en el pecho, no lo suficientemente fuerte como para alzarte pero sí lo bastante como para hacerte andar de puntillas.

No, no es exactamente eso.

Es como estar cayendo eternamente a través de una atmósfera con propiedades invisiblemente elásticas.

Tampoco.

Es como caer en cámara lenta.

Sí, es algo así.

Como caer en cámara lenta sujeta de un cable enganchado del pecho con una eternidad de aire alderedor y sombras e inmensa soledad.

No, ni siquiera hay sombras. No hay sombras.

Conmoverse es ser el espectador de la propia vida.
Puedo estirarlo un poco bizcamente, y con una palmadita simpática sobre mi propio hombro decir que es un poco “como verse.” Incluso decir que es moverse con...

Lo cierto es que me conmoví. Qué dicha sentirse tan solo y tan acompañado al mismo tiempo. Y digo dicha por decir una palabra, la que busco en realidad puede que no exista. Tan imposible de definir como lo es conmoverse. Quería ser una niña de 10 años que encuentra en un loco suicida y un perro condenado el sentido de su vida. Quería poder regalarle un ganchito de cabello a alguien. Que hermoso que el arte haga eso. Qué hermoso que la originalidad sí exista después de todo. Que aún pueda reorganizarse el rompecabezas visual, que nos sabemos de memoria, en formas capaces de dejarnos sin aire y realmente conmovernos. ¿Qué don mágico habrá que tener para hacer una película así? ¿O es uno el que hace la película cuando la ve? Quizás sea una facultad de los franceses.

Cuando terminó sentí una inmensa tristeza y comprensión y felicidad. Hay un idioma natural que hablamos los seres humanos que está camuflado en el arte. Cuando logramos derrepente, descifrar una o dos palabras, nuestro ser grita de júbilo al reconocer algo propio de su patria original. Una identidad y reflejo de lo que uno - por favor, lo suplico - realmente es.

No es evadir la realidad. Es admitir que la realidad abarca más espacio del que creemos. Si no, ¿cómo realmente explicar que nos conmovamos? Esos instantes en donde te asomas dentro del agua, del agujero del conejo, del espejo, del armario. Lo importante de Alicia en el País de las Maravillas es algo que todos han ignorado: al regresar de su viaje, Alicia le cuenta sus aventuras a su hermana mayor y la historia termina con ella, la hermana, imaginando la soñada anécdota de su hermanita. El cuento lo termina el espectador. Lo importante es que el espectador se hizo partícipe. Se conmovió y esto permite que el cuento continúe.

Quizás no seamos Alicia, ni una niña francesa de diez años, ni un perro condenado, ni un loco suicida. Pero el sólo hecho de escuchar la historia nos hace protagonistas. Volvemos, en ese momento, a entender ese raro idioma instintivo, la lengua madre que nos humaniza. No sé si esto es alegre o triste o los dos. Conmoverse es materializarse en la soledad con una sonrisa y una puntada en el pecho y una esperanza. Ver a los locos y quererlos, por estar desarmados ante la vida, como uno. Poder sacudirse el polvo del rol y la cotidianidad y la “realidad” y decir “Me llamo Elisabeth” o como me llame, Alicia, o Neo, o Lucy o John Proctor o algo. Teletransportarse momentáneamente a la patria que nos vió nacer: el amor. Separarse de una lágrima que ya no está en la mejilla al momento de regresar. Esa lágrima que queda suspendida en la otra dimensión, alimentando su atmósfera y llamando en un eco distante a su dueño, por su nombre, para siempre. 

Vayan a ver "Me llamo Elisabeth" del festival de cine francés.

viernes, 21 de mayo de 2010

Ella en la Tierra de Tún

Ana O'Callaghan


-1-

Dos diminutos pajaritos revoloteaban entre la nevera y el armario de la cocina. Ella jamás los vió. Cuando acudió para presenciar el evento, ya se habían marchado, probablemente a ocasionar el mismo milagro de la inspiración en otra parte. Más tarde ella reflexionó que no había sido el hecho de los pajaritos, sino el que el señor aquel hubiese dejado todo lo que estaba haciendo para llamarla por su nombre para que fuese a ver los pajaritos. Eso fue genial.

Cuando regresó al lugar de donde se había marchado, permaneció algunos momentos parada intentando reconocerlo. El sentimiento que siempre le había producido aquel lugar no estaba, era otro; por eso le costaba tanto creer, así aturdida, que aquel era el sitio correcto.

Decidió sentarse, pero luego ya no quiso más estar sentada. Caminó, al cabo de un rato permaneció inmóvil, luego llegó a la conclusión que caminar era más fácil que estar parada.

Había sólidos bloques de madera de distintos tamaños colocados por toda la habitación, también había otras formas geométricas de diferentes materiales y mil colores. Todo en apariencia era normal, todo estaba tal y como lo había dejado momentos antes. Se subió a su bloque de madera favorito, enorme, y observó todo el parque desde las alturas. Comenzó a escuchar.

Sentada allá arriba, la brisa, con algo de llovizna, golpeaba su rostro. El usual “tap, tap, tap” que venía siempre desde dentro de los bloques se mezclaba con el de la lluvia sobre su superficie. Intentó escuchar más atentamente. Quizás como resultado de la misma lluvia logró identificar un sonido que nunca había escuchado antes allí, seguía siendo la lluvia, pero ahora caía sobre otro tipo de superficie, una corriente de agua, quizás.

Ella se sorprendió al concluir finalmente que debía tratarse de un río. No había ríos allí. El “tap, tap, tap” de los bloques se había vuelto más fuerte también. Descendió, y al llegar abajo se dió cuenta de que el piso de mármol blanco había desaparecido, en su lugar había una especie de césped de mentira, como el que hay en los clubs de playa. Ella estaba empapaba. Se puso a seguir aquel ruido de agua fluyendo, no sabía por qué, más y más adentro de aquella, ahora irreconocible habitación. Miró hacia arriba buscando el familiar techo blanco agrietado pero en su lugar había cielo y nubes de donde caía la lluvía, pero claro, entonces recordó que nunca antes había llovido allí. Nunca nada había roto ese perfecto equilibrio imaginado.

El “tap, tap, tap” había llegado ya a niveles evidentemente estruendosos que se confundían con la voz del río que tanto quería encontrar. Mientras corría, se distrajo observando un enorme paralelepípedo rosado de contextura frágilmente gelatinosa, y chocó contra un muro enorme de madera.

Al recobrar el sentido se encontraba tendida sobre la falsa grama, boca arriba, observando estupefacta el gigante cubo de madera con el que había chocado. La confusa tormenta continuaba, pero ahora el temor ya se había apoderado de sus sentidos y era incapaz de moverse. Solo podía escuchar el amenzante “TAP, TAP, TAP” que provenía de la enormidad que tenía ante sus ojos. El cubo comenzó a temblar. Ella cerró los ojos, esperando que quizás se desmayaría, y despertaría más tarde para encontrarlo todo en su debido lugar. Y sí, efectivamente, y como era de esperarse, considerando todo lo que la pobre había pasado, se desmayó.

-2-

Despertó, pero aún no se atrevía a abrir los ojos. Se sintió muy caliente; su ropa estaba empada de sudor. Extendió sus brazos hacia los lados y sintió que todavía estaba acostada sobre el césped. Sintió con más cuidado y decidió que ya no era césped falso; había tierra debajo, pequeñas hormiguitas caminaban ahora por sus extremidades, ignorantes de que su presa ahora yacía consciente.

El calor y la tierra la hicieron sentir más segura y se dispuso a abrir los ojos. Sabía que ya no llovía, que el ruido del agua y de los bloques habían desaparecido. Si sólo fuera porque la superficie en donde se encontraba no era el frío mármol de siempre, hubiese jurado que todo había sido un mal sueño. Pero el césped real que pinchaba su piel le decía que cuando abriese los ojos, no todo sería como esperada.

Ocurrió. Los párparos temblaban ligeramente mientras las pupilas se adaptaban a… ¿la oscuridad?... toda la sensación y el clima de aquel lugar la habían convencido que que se encontraría con una luz brillante y cegadora. El terror regresó ineludiblemente. Se puso de pie, tratando de buscar algo con que apoyarse, pensando inocentemente que el enorme bloque – último recuerdo – estaría allí en frente, a sólo unos cuantos metros. Caminó varios dudosos pasos hacia delante… nada… algunos más… nada, sus brazos seguían extendidos tratando de encontrar algo…nad.. ¿qué?, sus dedos ahora tocaban algo: una superficie rugosa y con infinidad de surcos. La poderosa mano se cerró sobre la suya y una voz en forma de risa, ni simpática ni macabra, dijo:

- “Ven.”

A ella no le dió tiempo para pensar. Aquel ser la haló por el brazo y el césped se acabó; ahora sólo caía interminablemente por las tinieblas.

- “Decide.” - Dijo la criatura.

La jovencita sólo pudo emitir una especie de gruñido confuso e histérico como única respuesta.

- “Decide en dónde vamos a aterrizar” – volvió a repetir la voz – “Si no, caeremos para siempre…”

Varios segundos después de esta lógica explicación, el abrupto golpe de agua aturdió sus sentidos momentáneamente, luego, el líquido llenó su nariz y reaccionando nadó hacia arriba buscando respirar. Entre lágrimas y estornudos lograba mantenerse a flote. Al cabo de varios minutos aquella risa sin cuerpo, tomó nuevamente de la mano y parecía arrastrarla por la corriente hasta un lugar más llano en aquel extraño estanque.

- “Hoy, me llamo Tupash… no significa absolutamente nada, además es sólo por hoy… veo que no tienes nombre…”- comenzó la criatura.

La primera genial respuesta que a ella se le pudo ocurrir en medio de aquel caos no fue otra que:

- “¿Cómo puedes VER, que no tengo nombre?, además aquí no se puede ver nada…”
- “Primero, no preguntes bobadas niña y segundo, lo de la luz lo podrás solucionar en algunos instantes, como decía, no tienes nombre, dado que estamos lo suficientemente mojados como para encontrarnos en una situación, digamos, bautismal… te llamarás… Tún” dijo atrevidamente Tupash.
- “No creo que me quiera llamar Tún, además…”
- “Te llamarás Tún, y no preguntes bobadas.”
- “pero…”
- “Tún! Además no significa absolutamente nada…” – y con esto la risa de la criatura llenó el espacio infinito y poco a poco se fue alejando hasta que al cabo de un momento sólo el eco sobrevivía.

-3-

Tún, – llamémosla Tún – observó cómo poco a poco la oscuridad fue desapareciendo y el líquido resplandecía pacíficamente a su alrededor… era lo único que había a su alrededor. Estaba parada en una pequeña isla sumergida bajo el agua algunos centímetros, y lo único que se veía era agua por todos lados. Fue entonces cuando cayó en cuenta que también Tupash había desaparecido, bueno esto no le constaba porque jamás lo había visto… lo llamó varias veces por su nombre pero nunca respondió.

¿Qué habría de hacer ahora allí, atrapada en una inmensidad de agua y cielo? Cielo…, miró al cielo y vió que no era cielo. Lo que había arriba era un, también interminable, techo de madera.

Justo cuando comenzaba a preguntarse que haría ahora , un gran “Blup” de su lado derecho hizo que volteara. Vió entonces, flotanto tranquilamente, un barquito de papel blanco de tamaño natural. Sin pensarlo mucho nadó hasta él y con algo de dificultad logró subirse. Quizás alguna parte de ella pensó que el barquito comenzaría a navegar automáticamente hacia un destino… pero no fue así. El barquito permaneció flotanto alrededor del sitio de donde había surgido.

Tún permaneció varias horas sentada en la popa del barco observando el agua, era densa y oscura, prácticamente no se podía ver a través de ella, tampoco se podían ver los reflejos, sólo el brillo de la luz y las sombras del barco y de ella.

Alguien suspiró. Tún dio un brinco de sorpresa y de inmediato la familiar risa de Tupash se volvió a oír.

- “¿Dónde estás? – Dijo Tún algo molesta.
- “¿Aquí abajo queridita…”
- “¿Dónde?”
- “Me has estado observando el rostro por horas y aún no me reconoces…”

Al escuchar esto, Tún se asomo nuevamente por la borda en el mismo sitio donde había permanecido hasta sólo hace algunos segundos. Allí flotaban su sombra y la del barco.

- “¿Estás bajo el agua Tupash?” preguntó Tún comenzando realmente a fastidiarse.
- “¿Cómo podría verte desde debajo del agua?, ¿ves tú lo que está bajo el agua?
- “no, pero…”
- “Y no sabes que lo lógico es que si yo te puedo ver a ti, tu también puedes verme a mi…”
- “Entonces no me estás viendo!!” Finalmente grito Tún fúrica.
- “¿Por qué? – Pregunto irónico el otro,
- “Porque no te veo”
- “VE MEJOR”

Entonces Tún se concentró muchísimo con su mirada fija en su sombra y la del barco, pero realmente no podía ver más nada. ¿Dónde demonios estaba ese bicharraco? Allí sólo estaban las sombras oscuras e impenetrables del barco y ella… derrepente, en un inconciente chispazo de genialidad dijo:

- “¡Eres la sombra!”
- “Bravo, ahora que nos entendemos mejor te puedo sugerir que hagas algo con el estúpido barquito que encargaste, o sólo estás aquí para tomar el sol”
- “No hay sol, el cielo es de madera”
- “No digas boberías”
- “Todo lo que digo es una bobería”
- “Así parece.” - y con esto Tupash soltó una gran carcajada que curiosamente fue menos fastidiosa y más simpática. – “Soy yo quien te hace preguntar tantas boberías, boberías que sólo la oscuridad te permite preguntar, boberías que no te voy a responder… pero es mejor que yo esté aquí para que preguntes, a que no… ¿verdad?”
- “…erm, uhú…”
- “Bien, el barco, ¿probaste en todas las direcciones?
- “Bueno es que no sé cómo moverlo…”
- “Necesita impulso, boba”
- “¿Cómo le doy impulso si estoy en medio del océano?”
- “No es el océano realmente…”
- “¡Lo que sea!!”
- “Tún… eres realmente boba” Tupash rompió a reir nuevamente y la sombra desapareció.

Ahora estaba realmente molesta. No sólo Tupash no respondía sus preguntas, sino que la insultaba y además no la ayudaba para nada. La frustración era incontenible, se sentó en el piso del barco y con sus dos puños cerrados lo golpeó. En ese preciso instánte el barquito se sumergió completamente bajo el agua e inmediatamente volvió a subir. Tún estaba atónita... ¡y seca! Era como si debajo del barco hubiese un larguísimo tubo que la protegía del agua. Impulso, claro, “todas direcciones”, no podía ir hacia ningún lado porque no tenía remos, tampoco podía volar, solo quedaba ir hacia abajo. Al llegar a esta brillante coclusión, Tún dio un enorme brinco y cayó con todo su peso sobre el piso del barco, con lo que el frágil papelito se sumergió rápidamente bajo el agua, y como succionado por una gran aspiradora, continuó bajando hasta los confines más profundos de ese océano… o lo que fuese.

-4-

Cayó sobré una superficie cubierta de plumas blancas, el barquiro, que se había convertido en paracaídas la cubrió completamente unos segundos después. Logró salir de debajo de la enorme hoja de papel y la observó con cuidado. No podía ser la misma, la otra estaba vacía, blanca, esta tenía palabras escritas, de hecho la tinta la había manchado un poco la cara y el cabello. Sentía que Tupash estaba allí en algún sitio, quizás en la oscuridad de aquella tinta y aquellas palabras. Las reconocía aunque no las había escrito, no aún.

Miró hacia arriba. El techo seguía siendo de madera. Miró hacia abajo, el piso lleno de plumas. Estaba segura de que en algún lugar debajo de esas plumas habría alguna otra manera para seguir bajando.

Intentó quitar una de las plumas del piso y toda la habitación comenzó a moverse. Las plumas estaban pegadas y cada halón parecía ocasionar una gran conmoción terrenal. Escuchó un aleteo y de en medio de una nube de plumas un curioso ojo se abrió para verla. “Pip, pip, pip”, decía el enorme pájaro y la miraba. Ella asustada no sabía qué hacer y se aferró con más fuerza a la pluma que sostenía. “Pip, pip, pip” Respondió otra enorme cabeza del otro lado de la habitación. Los Pájaros se vieron y al unísono comenzaron a golpear las paredes de la habitación con sus picos: “tap, tap, tap… tap, tap, tap”.

El sonido despertó algo en la memoria de Tún, ¿sería verdad? Se acercó a la cabeza del pájaro y se quedó parada frente al enorme ojo que detuvo su “tap, tap, tap” mientras el otro continuaba solo. Se vieron, el pájaro y Tún se vieron. En este reflejo, Tun se reconoció y comenzó a recordar su nombre -quizás lo escuchó a lo lejos- el de verdad, el que tampoco significaba absolutamente nada pero que era de ella. En un impulso el pájaro comenzó a volar, el otro siguió su ejemplo y las paredes de madera se desmoronaron a su alrededor. Ella se asomó otra vez a la pupila del ave, y desde la negrura Tupash le sonreía, no lo podía ver claro, pero sabía que Tupash estaba allí en la negrura… sonriendo.


- - -

Dos diminutos pajaritos revoloteaban entre la nevera y el armario de la cocina. Ella los quería ver. Cuando acudió para presenciar el evento, ya se habían marchado, probablemente a ocasionar el mismo milagro de la inspiración en otra parte. Más tarde ella reflexionó que no había sido el hecho de los pajaritos, sino el que el señor aquel hubiese dejado todo lo que estaba haciendo para llamarla por su nombre para que fuese a ver los pajaritos. Eso fue genial.

jueves, 20 de mayo de 2010

El que Canta

Ana O'Callaghan


Hay un espacio.
Personas que te ven y que vemos.
A veces no está ese espacio.
No están las personas.
Cada vez hay menos
personas
espacio
personas
espacio.
Mientras menos personas menos espacio.
-----

Oscuro el día cuando la canción abandone.
La música, ese espacio.
Deben permanecer los que cantan el espacio.
Oscuro el día cuando el cantante abandone.
Se cerrarán lentamente las paredes sobre el silencio,
cuando se vayan las personas que cantan.
La canción dibuja el espacio habitable,
donde un contraluz recorta la silueta de una sombra de persona.
Sin ese espacio, eco, con un poco de suerte,
de algo que quiere pararse y bailar.

A veces extraño bailar.
Se piensa menos cuando se baila.
Se martillan los tablones del espacio.
Oscuro el día que funda piso y pie.
Cuerpo, huye de mi y grita de lejos mi nombre
para que acuda
y exista en el espacio.
En la música, dentro de los zapatos, detrás de los lentes,
en frente del cantante, debajo del tatuaje.
Arriba del espacio.
La misma canción
del espacio; la pista, para existir en el baile.

La gente que canta no se puede callar nunca.
Oscuro el día que desarme las notas.
Y las piezas rotas de espejos vacios las sostenga,
cómo último recurso,
el silencio en forma de alfileres.
Patético rastro de espacio intangible y borroso,
que teje la larga sombra en la que se desvanece mi rostro.

La gente que canta es demasiado importante.
Es demasiada responsabilidad.
Pobre gente que canta.
¿Por qué cantará, la gente que canta?
Oscuro el día en que se propongan responder.
Cantan.
Haz de aliento que atraviesa el minuto suspendido
y con cada segundo un parpadeo.
Ojos sordos inundados, que siempre estuvieron allí,
sólo los veo en la canción.
Música que revela a los otros que escuchan,
a la tierra que piso; el espacio,
y sobre todo las distancias.
Lugares donde están los otros.
Sin distancia no hay sitios a donde llegar.

Oscuro el día cuando la víbora estrangule el cadáver de camino.
y los pasos se sienten en mecedoras amnésicas
y la única música sea el crujir de la madera,
que invento en un guiño como si fuera mi cómplice para consolarme.
No es nada.
Quizás sólo el murmullo insistente y oxidado que terminará por despertar al cantante.
El cantante debe despertar.

Oscuro el día en que se trasnoche la canción.
Y dormida se disuelva inocente entre las sábanas del vacío.
Por no haber quién cante, la canción no es.
la música no es,
el espacio no es,
el otro no es.
El que canta es demasiado importante.


(Humildemente, para G.C.)

domingo, 16 de mayo de 2010

Las Horas

Foto: Algún lugar de York. A.O'C.
 
Ana O'Callaghan

Escrito el 14 de mayo de 2003.
 
Enganchadas en el anzuelo.
Sumergidas bajo el mar eterno,
de la calma, anestésico.

Nado alrededor de la carnada,
intentando, sí, queriendo morder alguna.
Tragármela.
Anhelando el pinchazo de la aguja.
Atravesando las escamas.
Ascendiendo contra la presión.
Aguantando los golpes fantasmas
del agua contra mis ojos
Abiertos.

Aire.
La primera asfixia de aire.
El fuego de la hoguera tostándome.
Sonidos colorean mis tímpanos
entumecidos...
Lejano ya, el solitario eco de las gotas
en el sólido silencio del océano,
Nadie la extraña.

El Pescador y Ella. Ella y el Pescador.
Rota por fin, la prisión infinita.
Dándose cuenta de su propia consecuencia,
observa incrédula que se encuentra acompañada.

Entonces permite que el aire la envenene.
Feliz de saberse en un destino.
Lejano ya, el solitario eco de las olas...

El mar continúa.

El mar continúa.

El mar continúa.

Callado.

La Fábula y El Teatro Político: De cómo Buenaventura, Esopo y mi madre se parecen.

Ana O'Callaghan


Cuando era pequeña, mi mamá me ponía a transcribir las fábulas de Esopo para practicar mi caligrafía. Siempre me llamó la atención, cómo ese señor, muerto hace ya tanto tiempo, podía estarme hablando tan directamente. Me impresionaba de especial forma cómo los regaños y sermones que yo era incapaz de entender de mi madre, eran tan obvios y lógicos en las historias de zorros, hormigas, labradores y peces. Recuerdo esto y me doy cuenta de que probablemente allí descubrí lo bello de la metáfora, lo útil que es ver la propia vida desde afuera, aunque sea un instante, para finalmente internalizar una verdad. La imagen y la acción que Esopo hilaba con astucia en mi imaginación liberaban mi pensamiento y me permitían entender lo que mi madre quería de mí. También comprendí que el darme las fábulas de Esopo no era un acto inocente, mucho menos el pedirme que las transcribiera con mi puño y letra. Mi mamá y Esopo me hacían partícipes de una realidad a través del arte. Era una creación colectiva ya que al final quedaba en mi una idea que no era completamente de Esopo, ni de mi mamá, ni mía; era de todos.

Narro esta historia porque no puedo evitar relacionarla con la esencia de lo que para mí es el teatro político. No era lo mismo que me dijeran: “no pelees con tus hermanos” a que me contaran la fábula de los tres hijos del labrador y de cómo cada uno pudo romper fácilmente los palitos de madera cuando estaban separados, mientras que les resultó imposible hacerlo cuando estaban juntos. Entonces el “no pelees con tus hermanos” se convería en “en la unión está la fuerza” y todo cobraba una nueva dimensión hasta ese momento inaccesible.

 En el caso del teatro de creación colectiva del TEC y de Buenaventura, persiste esa intención de hablarle directamente a la audiencia, crear un espejo poético y quizás grotesco de su realidad. Yo no soy un zorro pero se perfectamente lo que el zorro siente cuando no puede alcanzar las uvas. Me relaciono con el zorro o lo rechazo, pero tomo una postura ante el zorro, me obliga a decidir si estoy de acuerdo con el zorro o no -sigo utilizando a Esopo como punto de comparación- Me distancio y me identifico y reflexiono. De esta forma veo la historia de Peralta, de la vieja mendiga, del candidato y de todos los personajes y situaciones que los rodean. La diferencia está en que se trata de situaciones mucho más específicas y latentes de nuestra realidad latinoamericana y que el medio de comunicación o expresión es el teatro, es la acción artística, es el encuentro directo espacial entre emisor y receptor, y emisor y receptor. La cualidad del eterno “ahora” lo hace más contundente, más urgente, más pertinente. Buenaventura abre un pequeño agujero por dónde observamos un microcosmos metaforizado de nosotros mismos. Es un simulador de nuestra situación social llevada hasta sus últimas concecuencias de expresión. Este momento de encuentro genera una descarga eléctrica que nos despierta del coma de la cotidianidad, en donde las verdades trágicas de nuestra existencia se funden con el paisaje, con el tiempo, con el clima, con la urgencia e inmediatez desesperantes del día a día que atenta contra cualquier instante de reflexión.

¿Por qué en el teatro se puede crear este momento? Porque en el teatro, por así decirlo, mandan a apagar los celulares. Porque ir al teatro significa haber tomado la desición conciente de ir a que me suceda algo, de dejar afuera el mundo exterior para irónicamente encontrarlo de frente sobre el escenario pero a otra velocidad, a otro tempo, en otro lenguaje. Ese lenguaje que yo relaciono con lo que dice Octavio Paz sobre “La Otra Voz”, ese idioma original al cual todos respondemos y que nos humaniza, el lenguaje poético, la musicalidad de las palabras y las imagenes reorganizadas de forma tal que cobran vida nueva, que apelan diretamente a nuestros sentidos y a nuestro pensamiento. En obras como El Menú y La Orgía, se puede captar un lenguaje teatral cuya decodificación por parte del espectador va a generar necesariamente la reflexión, la búsqueda de referencias tangibles en él mismo y en su entorno. Son como muñecas rusas, un regalo muy bien envuelto o un juego de “Sospecha”, hay que seguir destapando, hay que descifrar las pistas, hay que resolver el acertijo y para eso hay que pensar. Al igual que mi mamá me pregunta a los ocho años porqué la hormiga decide ayudar al ave, el mudo nos pregunta el motivo de la muerte de su madre, la vieja mendiga. Igual que Esopo coloca la moraleja de sus fábulas al final, Buenaventura hace que los mendigos canten la canción de la muñeca rota al final de El Menú. Nos reitera, de otra forma lo que nos ha estado diciendo toda la pieza. Ambas historias son, de alguna manera, circulares, ambas vuelven a la voz del pueblo, al inicio: el mudo ya no busca su dinero sino respuestas, pero busca. Esta estructura circular me remite al agujero del microscopio, al espectador analítico que se formula preguntas, que genera un debate. Esa audiencia que se expone a la disonancia cognitiva enfrentándose con esta realidad “del otro lado del espejo” por así decirlo, es parte también de la creación colectiva. El actor es una herramienta activa que da forma y valor artístico al sentimiento de una comunidad, que finalmente aterrizará de forma concreta e impredecible en el espectador, que puede o no ser parte de esta misma comunidad. Sin este último la experiencia carece absolutamente de sentido. En este último es donde finalmente se termina dando el fenómeno del teatro, ese arte de vernos a nosotros mismos, como decía Augusto Boal.

Ahora me pregunto, ¿mi encuentro con Esopo produjo en mi un cambio de actitud? Sí, muchas veces me acordé del labrador y sus hijos antes de pelear con mis hermanos. Todavía hoy en día vienen a mí imágenes que no puedo identificar específicamente pero que contienen esta carga cognitiva que es parte de mi personalidad. Es decir, sí, Esopo con su fábula política sigue aún generando cambios positivos, tantos años después de su muerte. ¿Cuál es el cambio que pragmáticamente genera el teatro político? ¿Sólo nos deja la estética de la incertidumbre? Puede que poco a poco el teatro político genere gente, devuelva a la humanidad el criterio, el pensamiento, el alma, la identidad. A difeferencia de Esopo, Buenaventura no sugiere qué hacer, sólo enciende el seguidor sobre una situación y otra y otra. Sólo pide que se piense. El volver a poblar el mundo con gente que piense libremente, que despierte del coma es, a muy largo plazo, la misión que para mí tiene el teatro político. Cuesta esperar tanto, pero me acuerdo de la gallina que ponía huevos de oro y de cómo la desesperación de sus dueños acabó con toda posibilidad de enriquecimiento. Esopo nuevamente me rescata. Hay un teatro de incertidumbre porque vivimos en un mundo de incertidumbres. No hay certezas, no hay respuestas, por lo tanto hay hipótesis y hay posibilidad. Transcribo en mi pensamiento la idea hasta hacerla mía, grabo la imagen en mi mente hasta que cubra mis ojos, sigo detenidamente los pasos hasta caminarlos, hasta que mi pie entre en la huella. En la plena conciencia, en la observación de mi propia existencia, conservando mi criterio, abriendo mi posibilidad y la de los otros. Es un proceso lento pero seguro, como Esopo y mi madre en mí, como la tortuga y la liebre, como la gallina de los huevos de oro, como Brecht.

Poder y Miedo: El desvanecimiento del Alma


Ana O'Callaghan

El individuo se desvanece. Son voces desde otro mundo, desde una muerte en vida. Esta es la sensación hipnótica que produce el encuentro con algunas de las obras de Héctor Levy-Daniel. Son postales desde existencias oscuras, poco concebibles pero apasionantes. La experiencia de sumergirse en estas historias no es la de ir a un sitio, es el de devolverse. De ir contra la corriente, de forzar una perilla hacia el lado contrario. Pero esta insistencia por la oscuridad absorbe completamente al que se encuentra incauto frente a ella.

Las mujeres de los Nazis, trilogía de piezas dedicada a explorar las vidas o almas o mentes de tres interesantes personajes: Irma Grese, Geli Reubal y Magda Goebbels. En la cultura popular, generalmente la idea fantástica del nazi viene a la mente casi como un ente sobre-humano, un monstruo en uniforme con pupilas desorbitadas de violencia y desprovisto de compasión. Resulta entonces una ecuación interesante unir esta imagen con la de la mujer; tradicional símbolo de amor, de maternidad, de protección. La asociación de estos conceptos saca a relucir bajo una nueva luz la atrocidad que significó la Shoá, el nazismo y el propio Adolfo Hitler. En cada uno de estos capítulos, Levy-Daniel presenta a la protagonista desnaturalizándose de toda humanidad hasta llegar a su propia destrucción. La sensación de vacío es aterradora al observar cómo cada una asume su destino prácticamente sin vacilación.

La ausencia de arrepentimiento de Irma Grese, entregada con una pasión casi romántica al asesinato, se concibe a sí misma heróica: el concepto del deber, de la realización personal. Pero, ¿cómo llegar a esta realización negando la vida misma? Geli Reubal, atrapada en una vida elegida por otros, el continuo abuso de su entorno aniquila su espíritu hasta que sólo queda una coraza vacía que termina por eliminarse, el suicidio como la única decisión de su vida: en última instancia, aunque trágica, toma una postura ante su situación, rechazándola. Magda Goebbels, la obsesión por una idea llevada hasta sus últimas concecuencias: un mundo sin el Tercer Reich era un mundo en el cual no valía la pena vivir. La convicción de tener el poder de decidir sobre la vida y la muerte, no sólo de ella sino de sus hijos invoca la imagen mostruosa de Hitler que comienza a clonarse y repetirse en sus seguidores. Un ejército de asesinos hechos a su imagen y semejanza. Si este “poder” es capaz de corromper hasta el instinto de protección maternal, el más feroz de la naturaleza, es capaz de todo.

Esta idea de poder, íntimamente ligada a lo político en todas sus esferas es lo que esencialmente se deja ver en el trabajo de Levy-Daniel; la supremacía de un ser sobre otro. Jugar a ser “Dios”. Irma cae en esta tentanción, Geli es víctima de ella y Magda sufre las hipotéticas cosecuencias post-mortem de compartir el mismo tren con su viejo amante judío hacía el mismo destino, sufre la humillación de ser igualada finalmente con la víctima simbólica de sus actos. La anulación del poder en los tres casos es la última consecuencia, de distintas formas, las tres mujeres pierden esa ilusión topopoderosa de sí mismas, constituyente primordial de su existencia, y finalmente se desvanecen.

Este elemento del “Poder” se explota te manera asfixiante en “Instrucciones para el manejo de las marionetas.” Se nos coloca ahora del lado de la presa, junto con un grupo de personas “animalizadas” para entretener los morbosos deseos de una figura omnipotente que se esconde detrás de un teléfono, pero que todo lo ve, todo lo oye, todo lo sabe y que guarda el destino de todos en sus manos. Los prisioneros son obligados a jugar a recrear escenas significativas (se entiende que de la vida del Mariscal, rango más alto entre los oficiales del ejército alemán) como único medio para sobrevivir. El Mariscal, nunca se ve ni se oye pero se siente, metafóricamente es el gran Productor Ejecutivo de la obra macabra, no paga con dinero sino con la posibilidad de seguir viviendo un día más. La obsesión por el Poder se manifiesta en la egomanía que significa el querer enaltecer su vida a rango de obra de arte a través de la representación teatral. Es imposible, así mismo, no darle una connotación terapéutica a esta representación de la vida, este psicodrama que las víctimas del “paciente” tienen que representar una y otra vez hasta hacerlo prácticamente suyas. Es casi una disculpa irónica del Mariscal el tener que vivir las escenas oscuras de una mente enferma, capaz de ejercer esa misma tortura. Dentro de la estructura social del grupo también se manfiesta el poder, Lara como la informante que se prostituye por tener este privilegio de ¿protección? o ¿esperanza? Caruso quien por ser la de mejor conducta tiene la llave para ver a Renard: ¿confianza? Bruno, el único hombre además de Meléndez que representa por su actitud y físico una amenaza para este último: ¿liderazgo? Al final logran fortalezerse hasta el punto de aniquilar a Meléndez, su victimario directo, primera marioneta del Mariscal. Pero luego la presencia del teléfono, su Poder psicológico sobre el grupo hace que sucumba este impulso de libertad y doma a las bestiecillas nuevamente quienes comienzan una vez más con la representación. Es aquí donde reluce el otro gran elemento y contraparte necesaria del Poder: El Miedo. Este Miedo como veneno que corre por las venas es el que termina venciendo a las víctimas del poder. Al final, el Mariscal no es nadie; está en cada uno de ellos. Este miedo, los deshumaniza hasta el punto de preferir la semi-vida a la posibilidad de escapar. La sensación contradictoria de que no hay nada por lo cual vivir sino el protejerse del miedo de morir. Es el aferrarse salvajemente al instinto de supervivencia sin una genuina motivación de VIVIR. Se desvanece la humanidad, se robotiza el pensamiento, y se anula la posibilidad de un alzamiento del individuo para defenderse. Dictadura ejercida sobre el ser de una manera absoluta.

Una estructura muy similar esta presente también en “Insensatos”, solo que el juego ahora es impuesto por ellos mismos como manera catártica de resolver sus problemas y de liberarse del Tirano, quien termina venciendo gracias al miedo. Recuerda mucho a “La noche de los asesinos” del cubano José Triana donde Lalo, Cuca y Beba representan continuamente escenas de sus vidas hasta cargarse a tal punto de violencia que deciden “imaginariamente” matar a sus padres. El deseo de liberación existe pero la garra del “Miedo Al Poder” supera y aniquila cualquier impulso verdadero de reaccionar.

El Miedo nos lleva ahora a “Memorias de Praga”. En principio, Hasel traiciona a su novia judía delatando, bajo tortura, el paradero de su escondite. Es el mismo miedo que lleva a Judith y a Hasel a esconder su relación de sus respectivas familias. La presión ejercida por el padre de cumplir con sus espectativas es el miedo a defraudar. No queda claro el detonante que conduce a Hasel a estar en la clínica. Se sabe que su vida pasada esta marcada por el trauma de la traición a su amor y por el asesinato a su padre. El padre aparece aquí como ese representante del Poder. En este sentido Hasel sí reacciona, pero ya es muy tarde, su ataque no representa una genuina liberación porque ya ha perdido a la mujer que ama, porque su previa debilidad (justificable o no) ya ha determinado el curso de los acotencimientos. Lo que llama la atención es la incapacidad de Hasel por recordar su vida posterior a eso. El hecho de que recuerde a la enfermera, única interlocutora real, y no a su familia, sugiere en términos psicoanáliticos una represión. El término Represión también es significativo, el haber asumido una nueva vida en algún momento, el haber sobrevivido y escapado genera más dolor y culpa que el existir para siempre atrapado en los recuerdos lamentables de su vida anterior. Rechaza todo lo que le recuerde a su cobardía, pero de esta forma la posibilidad verdadera de vivir y seguir adelante se anula y su existencia termina también por desvanecerse. La enfermera se va, único testigo de estos delirios, y otra vendrá y todo comenzará nuevamente. Su esposa muere, y quizás su partida detone un nuevo cambio en Hasel; ahora que aquella que “no es Judith” se ha ido, quizás su vida se vuelva suficientemente tolerable como para ser vivida. Sin embargo, el miedo que una vez le proporcionó su padre lo acompañará para siempre en esa media vida.

Personajes que poco a poco se desvanecen, presas de ese miedo, víctimas del poder, ya sea por tenerlo o por sufrirlo. Almas corruptas desprovistas de identidad, rechazan partes de sí, se dividen; no están completos y nunca lograrán estarlo. La concecuencia trágica de perder el alma, o venderla o robarla.

“Nadar Perrito”: Tren, Tiempo y Paréntesis


Ana O'Callaghan

La imagen es completamente gráfica y explícita: nadar perrito. Seguir por seguir, sin estilo. Sin nada propio que caracterice al individuo, sin firma, sin nombre. Ya no se vive para uno, se vive para que no nos deje el tren de las espectativas sociales. El tren que llevamos tatuado en la mente y que acorrala nuestra vida.

“Nadar Perrito” de Reto Finger, es una fotografía poética de la angustia del joven adulto. Los personajes sufren de las típicas aspiraciones sociales y afectivas que conducen al vacío. El apuro por lograr cosas. Por tener algo que mostrar, por agregar páginas al curriculum. ¿Quién no se siente identificado con esta carrera desesperada y sin rumbo? La absoluta imposibilidad de vivir en el momento presente. Vienen imágenes de Ítaca: el viaje como destino. El viaje de la vida. El proceso. Lo difícil que es lidiar con la pausa. La paradoja de vivir, siendo también espectadores detallistas de la misma. Absorber con todos sus matices la muerte y entierro de un perro. Un perro que somos nosotros; moribundo busca algo de calor, de luz, de ilusión de compañía aunque esto pueda significar un riesgo. Busca un testigo de su muerte. Alguien que le importe, y que tenga tiempo de velar por sus restos, de guiarlo hasta el último fin: dejar de nadar, ahogarse. Si el ser no nada, se hunde. Obligación de acción para sobrevivir. La no-acción como sinónimo de muerte.

Carlota percibe esta soledad y reacciona ante ella. Se opone a la continuidad obligatoria de una relación que acomoda necesidades sociales y afectivas. ¿Qué la impulsa a la separación? La búsqueda de algo más, llenar un vacío que es imposible de llenar, el hueco negro innato, propio de todo ser humano y motor de sus pasiones. La idea absurda de que sustituir a una persona sustituirá quién soy y cómo me siento. Extrapolar en el otro la vida y la muerte, la solución o la respuesta. El Todo. Miedo al desamparo, a reconocerse como único habitante de la isla. Vidas en pausa que han reaccionado frente al aceleramiento de su existencia. Pero vidas al fin, que se encuentran frente a la agonía de bajarse del tren.

¿Ahora qué? Me desconecto de la “matriz” pero ahora me veo obligado a reconocerme en mi soledad. El tren está allí por algo, ilusión de destino. La respuesta de Carlota es sustituir a Roberto por otros. Su primera iniciativa cae otra vez en el juego social, tener pareja, tener una familia. El bebé no tiene nombre, no es nadie, es el bebé, un símbolo, un status, un posgrado, una carta de ascenso en la escalera de metas. El manejo de la separación como una transacción bancaria es otro punto interesante. La repartición de amigos como bienes materiales. La adjudicación de etiquetas o roles para cada uno. El juego social. Hay una conciencia de la ilusión de vida, de la mentira, pero también hay una voluntad o necesidad de seguir jugando. Quizás uno se pueda bajar del tren pero verlo irse es demasiado.

Ingrid queda atrapada en el medio de dos vidas para siempre vinculadas una con la otra. “La amiga de los dos”: tercera categoría. Sirve de enlace entre dos individuos que lo quieren todo al mismo tiempo: separación y no responsabilidad pero por otro lado convivencia. Son espectros que acechan la existencia del otro. Miedo a vivir o quizás coraje de aceptar la desolación. Ingrid se convierte en la espectadora de la vida de Carlota y Roberto pero al mismo tiempo, quiere la vida de Carlota, la envidia. Se percibe como alguien que ha aceptado la soledad pero sin embargo añora ser partícipe del tren. Parece querer la vida que Carlota rechaza o no sabe valorar. Cae en la desesperación del afecto, en el engaño de idealizar a los otros, en el apuro por cumplir su “plan de vida.” Deja ir el tren, literalmente, en la espera de alguíen. Quiere repetir un momento que no es de ella en búsqueda de una fórmula, una estrategia. Deja ir al tren para montarse en el tren.

Roberto asume el abandono absolutamente. Hay en él algo de negación por aceptar el nuevo curso que debe tomar su vida. No ceder el espacio que se considera propio. La batalla por no ser sustituido. Luchan aquí, el tiempo externo y el interno. Se yuxtaponen los bordes de los procesos personales, se invaden, se imponen. Aferrarse a lo conocido y, acordándome de Antígona, a la “sucia esperanza.” La colisión de los universos internos y externos. Al final todo es cuestión de Tiempo. Escucharse a sí mismo, o escuchar al tren. Las concecuencias que trae lo uno o lo otro; no hay tiempo para retroceder, no hay tiempo. Hay que hacer el tiempo. Con el estilo suficiente para conducir el tren.

Ser un Quién, no un Cuándo. Esta es la reflexión que en lo personal, deja relucir esta pieza. Sin embargo, no es una moraleja. Es un grito con estilo. Una profunda imagen del laberinto existencial de la juventud. ¿Demasiada introspección? ¿muy poca? ¿cómo rebelarse ante el juego del cual somos fichas, para el cuál fuimos hechos? ¿Cómo un alfil no se mueve en diágonal? Moverse en diágonal es lo que lo hace alfil y no otra cosa. ¿Cómo rebelarse ante el tiempo si es éste quién marca el paso? ¿Adueñándose de él? Me imagino que adueñarse del tiempo significa dar funeral a un perro. Abrir un paréntesis de momentos no estipulados por el apuro, por la sociedad e incluso por uno mismo. Paréntesis para respirar, para observarse en otros, para tratar de entender, para sentir, para decidir, para vivir. Al final de cuentas, momentos para nadar con estilo.

El estilo implica una escucha, un conociemiento del ser, del cuerpo, de sus talentos y facultades. Encontrar el estilo que me hace quién soy, que me hace nadar por placer y controlar el agua. Adueñarse del tiempo para encontrar el estilo. Encontrar el estilo para adueñarse del tiempo. La apuesta por la lentitud. Es imposible no relacionar los temas de “Nadar Perrito” con la esencia misma del teatro. El teatro provee ese paréntesis. Esa pausa en el tiempo para favorecerlo. La obra es un perfecto ejemplo de medio como mensaje y mensaje como medio, pero envuelto en la paradoja del teatro, que es también acción. El paréntesis debe abrirse, y “abrir” sigue siendo un verbo.

Steven Berkoff: el látigo de la palabra


Ana O'Callaghan

No es sencillo intentar explicar la sensación que produce el acercamiento a Berkoff. A través de dos piezas, diferentes en temática y parecidas en forma, se puede apreciar la apasionada violencia que las caracteriza a ambas.

En “¡Hundan el Belgrano!”, obviamente nos encontramos frente a una denuncia directa a la administración de Margaret Thatcher y su papel en el desarrollo de la guerra de las Malvinas, acontecimiento ampliamente criticado en el mundo entero. El estilo de la pieza es muy violento, utiliza una sátira aguda para atacar a todos los personajes, caricaturas de personas de la vida real, para exponer lo ridículo y trágico de la situación. Salta a la vista cierta relación con “Ubú, Rey” de Alfred Jarry, por el tono agresivo que utiliza y por la presentación de los personajes casi como “esperpentos” de sus pares reales. Esta lectura trae a la mente imágenes grotescas que por su misma monstruosidad conmueven y desestabilizan, generando la misma indignación y rabia que, se puede asumir, siente el autor. En este sentido, lo político está extremadamente presente en forma de protesta civil y artística ante la barbarie cometida. Es brutal la forma en que se expone la frialdad de los británicos, la inocencia infantil de los marinos y la absoluta falta de determinación de aquellos que pueden evitar el desastre. Ante un conflicto bélico tan relativamente reciente uno no puede dejar de agradecer la libertad que otorga el teatro para opinar y manifestar algo que en otros tiempos hubiese sido censurado o eliminado con toda seguridad.

El papel del teatro político tiene el poder de hablar y gritar deslastrándose de toda diplomacia. Berkoff nos provee en esta pieza de una mirada crítica y sentida sobre los acontecimientos, nos hace reir para no llorar. Pero esta risa está cargada de la violencia tensa de la indignación, la ironía de protección ante la verguenza y la amarga incredulidad de la impotencia. Revela cómo la sociedad es víctima de la manipulación, si un líder, es víctima de la manipulación. Así mismo, nos habla de cómo no estan delimitados los márgenes de la humanidad, de la caridad. La pieza acusa a “el fin justifica los medios” y el espejo que construye nos refleja disgustado esta barbaridad, nos recuerda su gravedad, nos despierta del sueño anestésico de una sola bofetada para que caigamos en cuenta de nuestra propia perdición. No es algo que se puede comentar mientras se toma café, es algo para sentarse a llorar y no detenerse nunca. Los parámetros de lo atroz están perdidos y “¡Hundan el Belgrano!” es un perfecto recordatorio. La rima quizás nos sirva para distanciarnos creando un efecto Brechtiano que apela a nuestra conciencia. Esto y el tono de la obra hacen que sea representable lo que de otra forma sería una tragedia insostenible y de magnitudes épicas.

Por otro lado nos encontramos con “La secreta vida amorosa de Ofelia”, también en verso. Es una hermosa propuesta sobre la relación entre Hamlet y Ofelia. La violencia en esta pieza tiene otro ritmo, se va construyendo más lentamente y con mucha intensidad. Plantea un amor que poco a poco se envenena por la distancia y los obstáculos. Es interesante como Berkoff plantea a un Hamlet que no rechaza a Ofelia como consecuencia de sus reflexiones y sentido de existencia sino como parte de un plan para seguir estando juntos.

Esta nueva pintura de Hamlet lo humaniza un poco ante los ojos del lector y genera una nueva relación al mejor estilo de “Romeo y Julieta.” Sin embargo esto no cambia en absoluto los reales acontecimientos de la obra original. Igualmente Ofelia se suicida. Hay algo aquí de fatum griego y tragedia. Quizás las motivaciones cambian pero las consecuencias violentas son las mismas, igual conducen al mismo triste fin, tanto la muerte del padre de Ofelia como la muerte de Ofelia misma. No se puede evitar pensar en la “intención” de los personajes. Los efectos se contrarestan y terminamos en las mismas, Hamlet rechaza a Ofelia para proteger su amor en lugar de desde un genuino deseo de separarla de lo que él concibe como su desdichada y marcada exitencia, pero mata al padre de Ofelia intencionalmente y por venganza en lugar de ser un accidente. La pasión inconsumada conduce al Hamlet de Berkoff al asesinato sanguinario y pasional. El efecto es el mismo, pero, ¿en dónde queda Hamlet ahora? Esta es la pregunta.

Otro elemento importante es la referencia de el teatro como arma. Una de las escenas más significativas en “Hamlet” es la representación del asesinato y complot de la madre y el tío contra el rey. Shakespeare reconocía en el teatro a esta fuente de poder conmovedor capaz de arrancar máscaras y denunciar verdades; teatro político. Pero este mismo “teatro” es el que el Hamlet y la Ofelia de Berkoff utilizan para engañar a sus perseguidores. Teatro como mentira, como farsa. Sin embargo las lágrimas de Ofelia son reales. Violencia que ocurre incluso a conciencia de la víctima. La violencia de la palabra. Por más que esa sea su “intención” en un principio, el teatro, nunca puede ser mentira.

La estructura de la pieza no plantea ningún tipo de acción de manera directa. Sólo hay palabra y distancia entre dos seres, cuyo único medio de comunicación verdadera es la correspondencia escrita. La palabra como vida, esperanza, ilusión, placer. El trabajo que realiza Berkoff de exploración de la palabra a través de las metáforas e imagenes es increible. Se manifiesta ampliamente la pasión desenfrenada y la desesperación que sufren Hamlet y Ofelia y esto genera una sensación de violencia. El verso en esta ocasión nos ayuda a sumergirnos en el contexto característico de la obra de Shakespeare para recrear más fielmente a estos personajes, además de aportar un medio de hermosa expresión poética que apoya y da vida al lenguaje de los amantes.

En definitiva, Berkoff, a través de estas dos piezas propone un teatro que hace al lector sentirse vivo, textos que conmueven y denuncian al mismo tiempo. Ambos recrean la sensación de estar viendo a través de una cámara subjetiva la vida de cada uno de los personajes. Nos invita y encierra dentro de estos mundos para tener que, en primera instancia ser testigos y luego participar en cada una de estas terribles batallas. Cada palabra, cada verso, evoca una ametralladora de imágenes y sentimientos en esta lucha que resulta agotadora, terrible y hermosa a la vez; la violencia como ruido, como medio y como mensaje, genera el caos que caracteriza y aturde nuestra propia existencia.

Algo sobre Eduardo “Tato” Pavlovsky y lo que escribe o Balbuceos viscerales de una lectora.


 Ana O'Callaghan
Pensando sobre Pavlovsky viene a mi mente un concepto que hace mucho tiempo ronda mi cabeza en relación al teatro. Para mi el teatro, en su representación, siempre se ha tratado de un Eterno Presente. El teatro es ahora, es aquí. Viene esto a mi con excepcional fuerza al acercarme a Pavlovsky. En su teatro es prácticamente imposible desvincular la palabra y la acción, el texto de la representación. El fin último no se da hasta que el proceso teatral no se completa, y sólo se completa en el actor. En la obra de Pavlosvky, el teatro es el actor; es como él mismo plantea en “Rojos Globos Rojos”, sólo se descubren las cosas cuando se sienten, y sólo se sienten cuando se actúan “stanislavskianamente” por así decirlo. El lenguaje yace absolutamente en el actor: en su voz, su cuerpo, sus gestos, sus silencios, sus movimientos, sus miradas. El actor es la herramienta esencial para que el mensaje se consolide, o por lo menos se transmita con su máximo potencial. No es extraño darse cuenta que este actor/autor en la mayoría de los casos comienza por ser Pavlovsky mismo. Su trabajo se convierte en un decir absoluto, de todas las formas posibles y desde todos los roles existentes en el campo teatral. ¿Por qué decir en idioma Teatro? Porque es decir, en presente perfecto, es seguir diciendo, nunca es dijo, nunca es dirá. En el ámbito de lo político este Eterno Presente es fundamental, ese ahora nos lleva inevitablemente a la acción, a lo que está pasando, el teatro es un verbo que siempre está conjugado, y lo político es eso, lo que pasa, ambas son ser y estar, infinitivo. Es mi sentir que en el teatro de Pavlovsky, no hay una conciencia absoluta de ese mensaje “político”. Al relacionar lo dicho anteriormente pienso más bien que es inevitable, la coexistencia absoluta de dos poderes tan intrínsecamente humanos y presentes hace que se fusionen sin pensarlo siquiera. Para mí, humildemente, no hay teatro político, hay simplemente Teatro.

Leo las obras de Pavlovsky y me invaden reflexiones sueltas que hacen que se active en mi el teatro, como un virus que ha sido detonado desde afuera, el teatro como ese flujo de sensaciones, ideas y memoria que lo hacen a uno ser. Sin embargo la experiencia en mi no es completa ya que sólo lo he podido leer. Con sólo este mínimo acercamiento, veo:

En “Potestad” una coartada. Ese movimiento calculado, prefabricado de quien ha tenido que repasar una mentira muchas veces para no equivocarse, hasta hacerla casi verdad. Esa exactitud detallista, obsesiva, no-natural del mentiroso. Por otro lado, esta descripción del momento de despojo es casi una pintura, una foto narrada del punto de no retorno. Es el momento exacto cuando la vida volvió a cambiar. Hay dos descripciones detallistas en la obra que son una especie de paréntesis que contiene la ilusión de esa vida perfecta. Comenzamos con el cierre del paréntesis, en presente, y terminamos con su apertura, que aunque narrada en pasado se compensa con la imagen presente de la sangre derramada que poco a poco va anulando el rostro del personaje. El rostro cubierto de sangre es sumamente simbólico, no son las manos; no es quien ejecuta el crimen, es el rostro; los ojos, la boca, la nariz, los oídos del personaje: sus sentidos y su identidad. Es la sangre suspendida en el tiempo, que gracias a la tardía justicia, finalmente cae, manchando aquel que de padre y esposo pasa a ser cómplice y cobarde.

Otro elemento que llama la atención es el personaje de Tita. Por referencias muy personales a “mamá” y “papá” en el monólogo, se da la sensación de que Tita es la hermana del hombre. Esto, tomando en cuenta la anécdota que se plantea en la obra, es bastante significativo. Asumiendo esto como verdad, el hecho de que se confiese o hable con una persona con la que mantiene un genuino parentesco, una conexión verdadera de sangre, también es importante; sólo encuentra oídos en su verdadera familia. Por otro lado este testigo es también la forma que cobra el espectador, indirectamente yo me convierto en su hermama y él es ahora parte de mi, la empatía lo humaniza y se activa la política, se activa el teatro.

En “Rojos Globos Rojos” veo un “grito fuerte para no morir...” como enuncia el Cardenal. Aquí se evidencia el tema del “balbuceo”, aquello de “la historia en tartamudo” de un hombre, un arte, un decir. Vuelve a plantear la relación entre Arte (Teatro) y Vida (Política) a través de varios momentos, de los cuales me resulta el más significativo aquel cuando el Cardenal responde a la pregunta: “¿no le da verguenza vivir así?” Esta viene en forma de acertijo wildeano: “no me da verguenza porque quiero ser solidario con ustedes.” Vive la vida a través del teatro porque de otro modo hay vacío, asume la vida desde la plena conciencia de la representación, pero es la misma vida, desde acá o desde allá del escenario. Plantea una especie de espejo quebrado de arte-actor-gente-vida para poder sentir las cosas y así descubrirlas. El descubrir esas cosas es vivir en la plena conciencia de aquel que actúa, de aquel que miente, de aquel que vive, de aquel que se observa desde afuera y por lo tanto reflexiona sobre su propia existencia. Es como si la vida normal fuese la ceguera inocente, el seguir y fluir con las fuerzas que nos arrastran (tiempo, política, historia, amor) y Actuar o Hacer Teatro es voltearse, detenerse, mirar, regresar, en fin: decidir. Como dice Pavlovsky en la voz del Cardenal: “hacer teatro es mi manera de resistir.”

En “La muerte de Marguerite Duras” veo el “miedo a caerse en el vacío que hay entre las letras”. Esa lucha entre la fuerza externa que te llama a “golpear”, a seguir, y la interna que llama reir, a reflexionar, a permitirse compartir el momento de muerte de otro ser vivo. La conciencia de la existencia propia para luego darse cuenta del papel de esa existencia para con los otros, en sociedad. Es el delicado equilibrio entre pensar y actuar. ¿Hasta dónde dejarse ahogar por el pensamiento antes de que los bordes de la piel con el aire se difuminen? ¿Cómo el conocimiento hace concreto al ser y no lo disuelve? ¿Cómo existir en acción, en sociedad, en política, desde la absoluta introspección existencialista, desde esa distancia, desde esa soledad? Observar la muerte de una mosca provoca al mismo tiempo dos procesos diametralmente opuestos: la valoración de la vida y el distanciamiento con la misma, ese distanciamiento que se da al observar. En algún momento hará falta sentir el “dolor concreto en mi cuerpo concreto.”

Estas son tan solo reflexiones desordenadas alrededor de Eduardo Pavlovsky y su obra. Son demasiadas tangentes y niveles que se provocan en este teatro que es más fenómeno sociológico que arte. Para mi es un teatro que viene de la piel y de la sangre, el texto es sólo una foto borrosa y fuera de foco de algo espectacular. Es un teatro que al observarlo invita a vivir, al leerlo invita a ver y al conocerlo invita a expresar. Es un teatro de creación colectiva, que está vivo y sigue creciendo con cada interpretación, con cada lectura, con cada representación. Sigue creciendo y evolucionando como la vida misma, como la gente, como la sociedad. Es el hijo perdido de la conciencia del mundo que desde la sombras sigue, imita, aprende y se burla de su padre, que busca ser él y al mismo tiempo lo rechaza, que cambia de opinión, que tartamudea, que no sabe lo que dice, que llora, que ríe, que sabe perfectamente lo que dice.... en fin, un teatro que es hombre, que es mujer, que es persona, como yo y como Eduardo “Tato” Pavlovsky.

La Leyenda de Xua-Xua


(Traducido y Adaptado de "Games for Actors and Non-Actors" de Augusto Boal) 

Xua-Xua vivió hace cientos de miles de años, cuando los hombres y mujeres pre-humanos habitaban, antes del neandertal y el cromagnon, antes del homo sapiens y el homo habilis.