jueves, 3 de junio de 2010

El Escondite

Foto: Algún lugar de Dublín, A.O'C.
Ana O'Callaghan

Se despertó en un nuevo día, lleno de cosas que hacer. El silencio fue inevitable cuando entendió que había sobrepasado el minutero con su eficiencia. En ese momento, detrás del tiempo, una espalda traslúcida la ignoraba y parecía murmurar números.

Ella se alejó caminando y se empeñó en destapar pequeños problemas como excusas catárticas para variar el pulso y la frecuencia cardíaca. Como para que el corazón y el cuerpo se acordaran de la incertitumbre de vivir. Así pasó el día llenando espacios de espera y queriendo ponerse a llorar por cualquier cosa; porque se acordó del prendedor iluso que tenía enganchado en el pecho. Salió al encuentro de tantos paisajes que no conocía sólo para acercarse a él.

Él, algunos pisos, leguas, momentos más allá, tomaba café. Ella esperaba sin querer queriendo que los significados se hicieran evidentes. Pero en ese sitio detrás del reloj, en donde se encontraba pasando el día, ella era invisible.

En ese sitio prohibido pensaba que era inconveniente quedarse sin cosas que hacer, adelantarse al tiempo es paradójicamente, poco práctico. Quiso fumar otra vez para distraerse y tener una excusa para sentarse a observar. Una excusa y un personaje. Una máscara que le permitiese nadar dentro del tiempo. No lo hizo.

Él no sabía de su existencia mientras escribía y se manifestaba en su inteligencia y carisma. No sabía que ella quería acercarse. A ella se le olvidó cómo hacer eso. Existió un tiempo en el que era fácil y no tenía que preocuparse por estas cosas. Cuando era aquella, estas cosas que piensa ahora eran sólo bonitas, intensas y agradables como el humo del cigarro que se fumaba en personaje. Ese personaje... ¡cómo le sirvió para sobrevivir! Lo podía todo, aquella. Era invencible.

A lo largo del día se encontró con algunas personas. A una le dijo mientras la abrazaba: “qué bueno es encontrarse con alguien a quien realmente quieres” A otras personas que vio a lo lejos, no se los dijo, pero lo pensó.

Y viajó por conversaciones, poemas, libros viejos y explosiones de tinta que invaden los rincones de los días. En ese palco después del tiempo en donde estaba ubicada, buscaba una manera de describir lo que estaba sintiendo. Logró atrapar uno o dos instantes felices pero en realidad estuvo domando todo el día una tristeza salvaje. Era como un perro viejo y ciego babeando sobre su mirada. Un perro invisible arrastrándola todo el día por los rincones de aquel pasillo en donde el tiempo, al darse cuenta de su ausencia, la perseguía.

Juegan al escondite el tiempo y ella. A veces le toca al tiempo esconderse. Hoy le tocó a ella. Sucede que a veces, tanto al tiempo como a ella se les olvida que tienen que buscar al otro; se distraen fácilmente.

Se sientan a observarlo a Él en la distancia, el tiempo y ella. Ella, asomada por el vidrio de sus ojos; pecera inmensa en donde se sumerge diminuta detrás del tiempo, plasma su aliento en el cristal. Así nace una lágrima, piensa. Mientras tanto, el tiempo bosteza y sopla burbujas de jabón de un potecito de piñata.

¿A quién le toca? Pregunta el tiempo. A ella le da igual. ¿No es lo mismo? Que no es lo mismo dice el tiempo por enésima vez, mientras se voltea, se apoya en la pared y comienza a contar. Ella agarra el potecito de las burbujas y se aleja para comenzar a olvidarse.

Al llegar en la noche a su casa y prepararse para dormir, encuentra al tiempo sentado en su cama y se acuerda de pronto. El mejor escondite, descubrió, era en la sombra de su perseguidor. Lástima que en la noche ya no hay sombras dijo el tiempo, inevitable.

Un, dos, tres por ti.

No hay comentarios: