lunes, 21 de junio de 2010

Estoy


 Pablo Picasso - Friendship

Ana O'Callaghan
 

Estoy

Tranquila y disuelta.
Con un magnetismo sonrojado
como única razón.

Desprovisto de objetivo,
hace acrobacias este antojo bonito.
No es un capricho.

El instinto reconoce algo que hace bien;
una puerta simpática
¿Quieres ser mi amigo?

Pescarte entre la seda violeta
que desliza piruetas sobre el hielo.
Blanda cercanía tartamuda.

Alegre de conocer sin estrategias,
el flotador rescata a la pacífica sonrisa.
Haces que yo me caiga en gracia.

Quiero rozar tu mano
y cruzar el umbral transparente de nuestro baile.
Parpadear en la posibilidad de mi existencia.

Aunque el tiempo encuentre este sueño disecado,
El oxigeno refrescante que genera vivo,
Es suficiente.

Contenta sólo con tu cotidianidad.
En el inocente delirio que producen
tu voz, tu mirada y tus palabras,

Estoy.





domingo, 20 de junio de 2010

I don't feel like dancing: Explo-reflexión Amarilla

Ana O'Callaghan

El Viernes 18 fue la última presentación de la obra de Nivel II de TeatroUCAB, “Double Shot: Molière.” Nos presentamos en el marco del VI Encuentro de Teatro UCVista en la Sala de Conciertos. Fue una experiencia increible.

El teatro tiene que encontrarse; esta es una idea que me parece importante. Hay que verse mutuamente, disfrutarse y aprender. Encontrarnos significa reconocernos como miembros de la misma tribu, hablar en conjunto el mismo idioma que queremos multiplicar. Bravo por los encuentros.

“Double Shot: Molière”, fue una experiencia larga, difícil y llena de obstáculos. Como deben serlo todas las buenas experiencias que dejan su marca de aprendizaje. Miro hacia atrás, ahora que se ha cerrado este proceso, y se que fue maravilloso. Aunque suene demente, lo volvería hacer todo otra vez.

Como dice la canción, no me siento como para escribir, y sin embargo escribo. Algunas cosas son inevitables. No se qué tanto se habrá entendido la “tesis” de la obra pero me siento satisfecha de que está allí, y cada vez que veo una foto o sonrío con el baile final o pienso al respecto, cobra cada vez más profundidad. La línea que nos divide a nosotros de lo que hacemos se hace progresivamente más borrosa. Para muchos de los chicos, puede ser un “hobbie” que se redimensiona. Para mí, es un eslabón más en una búsqueda que no se acaba nunca.

Y es que este espejo que hemos creado primero entre dos obras y luego frente a la vida nos incluye indiscutiblemente. ¿Hasta qué punto no nos estamos creando a nosotros al crear un personaje? ¿No nos revelamos a través de un montaje? Quizás es obvio, pero no deja de ser extraordinario admitir lo ineludible y flotar alegremente en ese aire-agua-arte que nos rodea y oxigena. Qué bueno es reirse, y pensar y bailar. Qué poco importa que uno quiera o no. Hay cosas instintivamente contradictorias, como es nuestro empeño de separar cosas.

Ayer vi otra vez, después de mucho tiempo, “La Historia Sin Fin.” Metatextualidad, metateatralidad, metavitalidad. No es más que la vida dentro de la vida. Vida para que exista la Fantasía y la fantasía para que exista la Vida. Bastián es Atreyu. Nosotros somos Bastián. Hay que bautizar a la Emperatriz para que no muera, hay que hacerla propia – otra vez domesticar – con el nombre de mi madre, somos los padres de nuestra madre, el huevo y la gallina. El nombre escondido tras la tormenta que puede ser cualquier nombre. Todos los nombres. No hay fronteras en Fantasía. No hay fronteras en el teatro. Mascarilla es Sganarelle y ambos son Molière, quien opina, concibe, escribe y actúa. Y luego venimos nosotros que lo representamos, repetimos, releemos y redimensionamos. Somos nuestra propia obra de arte. ¿Quién imita a quién? Es un instinto humano. Los loros no imitan a otros animales en su hábitat natural. Sólo imitan a los humanos. Algo debemos tener de especial.

Molière, tu tan divertido que te inmortalizas en palabras y risas y supersticiones; gracias. Por repetirte y contradecirte y vivir y morir en un escenario sin fronteras. Espero que todos nos llevemos de esto ese pícaro descaro y el valor para aceptar los instintos irrebatibles, los impulsos hermosos, el latín incoherente, las rimas absurdas, las mentiras verdaderas y ese “cromatismo” de la cosas. Que podamos reirnos de la interposición de nuestra imagen en la luna del espejo. Y seguir, diciendo, actuando y sintiendo la verdad desde detrás del emplaste blanco y las cejas postizas.

A todos los que vivimos dentro de ese triángulo que se abre, cierra y voltea, un gracias cómplice y un guiño afectuoso. Ojalá siempre nos de miedo vestirnos de amarillo pero lo hagamos igual, y bailemos, sobre todo bailemos, aunque no queramos. A veces nuestro instinto artístico, esa “otra voz” de Octavio Paz, sabe más que nosotros.

Y ¿ven? Al final, si quería escribir.

lunes, 7 de junio de 2010

Last Chance: Explo-Reflexión Cursi

Imagen: http://www.machka.net/usa/24h_lcride.htm
Ana O'Callaghan

Last Chance Harvey.

No se por qué últimamente me ha dado por ver películas cursis.

Lo siento, es así; como cantar con un guitarrista improvisado en una grama. Cursi. Me encanta.

Estoy cursi. Con esta peli, no fue que lloré, pero no podía evitar pensar que no estaba viendo una película sino leyendo el diario de cualquier persona. Así mismo, cualquiera. Los encuentros se producen cuando dos personas que se sienten excluidas se soplan la nariz y se ofrecen un clínex – o kleenex - (¿cómo será el plural de clínex? - Irónico eso, clínex no tiene plural, es para uno, si hubiese dos, no hubiese clínex)...(esto del clínex no pasa en la peli, pero como si pasara.)

A lo que iba. Despejar el entorno del ruido y atreverse a entender la soledad. Sólo con esa lucidez se puede salir al encuentro de otro.

Última oportunidad. Cómo identificar las oportunidades. ¿Cuántas veces no habré puesto la torta ya, sin saberlo? ¿Cuántas cosas he hecho bien? Una incertidumbre imposible de anestesiar. Pienso que allí es cuando ya no es el diario de cualquiera. Cuando comienza la historia a despegarse de uno cual curita y la ves allá, como algo que pudo haber dolido, si te pasara a ti. Algo que quiere doler así. Ojalá a uno le dolieran algunas cosas así. Ojalá algunas dolieran menos.

La única oscura y difusa certeza dentro de mí es que no voy a ser feliz, de esa forma. Como en las películas. No es pesimismo. Nunca puedo evitar pensar en el minuto después de los créditos. En el siguiente paso de esas vidas adoptadas luego de terminado su paseo por mi imaginación. Cómo ser feliz en el minuto ciento veintiuno. Hay algo programado en mí, un gen, que me obliga a reaccionar siempre. Huir, seguir buscando, vivir la tragedia épica y la desilución simpática y la tristeza conocida.

Quizás me pase como a Harvey, quizás la última oportunidad tenga la elegancia de anunciarse como para que uno se entere y no la deje ir. Por aquello de ser la última, quizás algo se dispare en el corazón, una especie de alarma. Ojalá.

Mientras tanto uno trata de no pensar en eso. La idea romántica, tallada en la nostalgia infantil. Qué difícil esto del amor. ¿Qué mirada, movimiento o palabra revela el camino invisible? El libro falso de la inmensa biblioteca que abre el pasadizo secreto. ¿Qué tan conciente debería estar uno al respecto? ¿Cuál es la dosis correcta de cotidianidad y practicidad a la cual someterse mientras se aspira a la honestidad?

Se que he dejado oportunidades pasar. El designio esquemático de la vida sabrá responder por eso. Digo yo. Si no, aprenderé a tocar guitarra finalmente, para cantar a gañote cursi pero con estilo. Y alguien, digo yo, acabará por pasarme un clínex.

Por cierto, contrario a lo que pueda parecer, estaba bien contenta cuando escribí esto. No se, me pareció importante decirlo.
 

jueves, 3 de junio de 2010

El Escondite

Foto: Algún lugar de Dublín, A.O'C.
Ana O'Callaghan

Se despertó en un nuevo día, lleno de cosas que hacer. El silencio fue inevitable cuando entendió que había sobrepasado el minutero con su eficiencia. En ese momento, detrás del tiempo, una espalda traslúcida la ignoraba y parecía murmurar números.

Ella se alejó caminando y se empeñó en destapar pequeños problemas como excusas catárticas para variar el pulso y la frecuencia cardíaca. Como para que el corazón y el cuerpo se acordaran de la incertitumbre de vivir. Así pasó el día llenando espacios de espera y queriendo ponerse a llorar por cualquier cosa; porque se acordó del prendedor iluso que tenía enganchado en el pecho. Salió al encuentro de tantos paisajes que no conocía sólo para acercarse a él.

Él, algunos pisos, leguas, momentos más allá, tomaba café. Ella esperaba sin querer queriendo que los significados se hicieran evidentes. Pero en ese sitio detrás del reloj, en donde se encontraba pasando el día, ella era invisible.

En ese sitio prohibido pensaba que era inconveniente quedarse sin cosas que hacer, adelantarse al tiempo es paradójicamente, poco práctico. Quiso fumar otra vez para distraerse y tener una excusa para sentarse a observar. Una excusa y un personaje. Una máscara que le permitiese nadar dentro del tiempo. No lo hizo.

Él no sabía de su existencia mientras escribía y se manifestaba en su inteligencia y carisma. No sabía que ella quería acercarse. A ella se le olvidó cómo hacer eso. Existió un tiempo en el que era fácil y no tenía que preocuparse por estas cosas. Cuando era aquella, estas cosas que piensa ahora eran sólo bonitas, intensas y agradables como el humo del cigarro que se fumaba en personaje. Ese personaje... ¡cómo le sirvió para sobrevivir! Lo podía todo, aquella. Era invencible.

A lo largo del día se encontró con algunas personas. A una le dijo mientras la abrazaba: “qué bueno es encontrarse con alguien a quien realmente quieres” A otras personas que vio a lo lejos, no se los dijo, pero lo pensó.

Y viajó por conversaciones, poemas, libros viejos y explosiones de tinta que invaden los rincones de los días. En ese palco después del tiempo en donde estaba ubicada, buscaba una manera de describir lo que estaba sintiendo. Logró atrapar uno o dos instantes felices pero en realidad estuvo domando todo el día una tristeza salvaje. Era como un perro viejo y ciego babeando sobre su mirada. Un perro invisible arrastrándola todo el día por los rincones de aquel pasillo en donde el tiempo, al darse cuenta de su ausencia, la perseguía.

Juegan al escondite el tiempo y ella. A veces le toca al tiempo esconderse. Hoy le tocó a ella. Sucede que a veces, tanto al tiempo como a ella se les olvida que tienen que buscar al otro; se distraen fácilmente.

Se sientan a observarlo a Él en la distancia, el tiempo y ella. Ella, asomada por el vidrio de sus ojos; pecera inmensa en donde se sumerge diminuta detrás del tiempo, plasma su aliento en el cristal. Así nace una lágrima, piensa. Mientras tanto, el tiempo bosteza y sopla burbujas de jabón de un potecito de piñata.

¿A quién le toca? Pregunta el tiempo. A ella le da igual. ¿No es lo mismo? Que no es lo mismo dice el tiempo por enésima vez, mientras se voltea, se apoya en la pared y comienza a contar. Ella agarra el potecito de las burbujas y se aleja para comenzar a olvidarse.

Al llegar en la noche a su casa y prepararse para dormir, encuentra al tiempo sentado en su cama y se acuerda de pronto. El mejor escondite, descubrió, era en la sombra de su perseguidor. Lástima que en la noche ya no hay sombras dijo el tiempo, inevitable.

Un, dos, tres por ti.