domingo, 16 de mayo de 2010

La Fábula y El Teatro Político: De cómo Buenaventura, Esopo y mi madre se parecen.

Ana O'Callaghan


Cuando era pequeña, mi mamá me ponía a transcribir las fábulas de Esopo para practicar mi caligrafía. Siempre me llamó la atención, cómo ese señor, muerto hace ya tanto tiempo, podía estarme hablando tan directamente. Me impresionaba de especial forma cómo los regaños y sermones que yo era incapaz de entender de mi madre, eran tan obvios y lógicos en las historias de zorros, hormigas, labradores y peces. Recuerdo esto y me doy cuenta de que probablemente allí descubrí lo bello de la metáfora, lo útil que es ver la propia vida desde afuera, aunque sea un instante, para finalmente internalizar una verdad. La imagen y la acción que Esopo hilaba con astucia en mi imaginación liberaban mi pensamiento y me permitían entender lo que mi madre quería de mí. También comprendí que el darme las fábulas de Esopo no era un acto inocente, mucho menos el pedirme que las transcribiera con mi puño y letra. Mi mamá y Esopo me hacían partícipes de una realidad a través del arte. Era una creación colectiva ya que al final quedaba en mi una idea que no era completamente de Esopo, ni de mi mamá, ni mía; era de todos.

Narro esta historia porque no puedo evitar relacionarla con la esencia de lo que para mí es el teatro político. No era lo mismo que me dijeran: “no pelees con tus hermanos” a que me contaran la fábula de los tres hijos del labrador y de cómo cada uno pudo romper fácilmente los palitos de madera cuando estaban separados, mientras que les resultó imposible hacerlo cuando estaban juntos. Entonces el “no pelees con tus hermanos” se convería en “en la unión está la fuerza” y todo cobraba una nueva dimensión hasta ese momento inaccesible.

 En el caso del teatro de creación colectiva del TEC y de Buenaventura, persiste esa intención de hablarle directamente a la audiencia, crear un espejo poético y quizás grotesco de su realidad. Yo no soy un zorro pero se perfectamente lo que el zorro siente cuando no puede alcanzar las uvas. Me relaciono con el zorro o lo rechazo, pero tomo una postura ante el zorro, me obliga a decidir si estoy de acuerdo con el zorro o no -sigo utilizando a Esopo como punto de comparación- Me distancio y me identifico y reflexiono. De esta forma veo la historia de Peralta, de la vieja mendiga, del candidato y de todos los personajes y situaciones que los rodean. La diferencia está en que se trata de situaciones mucho más específicas y latentes de nuestra realidad latinoamericana y que el medio de comunicación o expresión es el teatro, es la acción artística, es el encuentro directo espacial entre emisor y receptor, y emisor y receptor. La cualidad del eterno “ahora” lo hace más contundente, más urgente, más pertinente. Buenaventura abre un pequeño agujero por dónde observamos un microcosmos metaforizado de nosotros mismos. Es un simulador de nuestra situación social llevada hasta sus últimas concecuencias de expresión. Este momento de encuentro genera una descarga eléctrica que nos despierta del coma de la cotidianidad, en donde las verdades trágicas de nuestra existencia se funden con el paisaje, con el tiempo, con el clima, con la urgencia e inmediatez desesperantes del día a día que atenta contra cualquier instante de reflexión.

¿Por qué en el teatro se puede crear este momento? Porque en el teatro, por así decirlo, mandan a apagar los celulares. Porque ir al teatro significa haber tomado la desición conciente de ir a que me suceda algo, de dejar afuera el mundo exterior para irónicamente encontrarlo de frente sobre el escenario pero a otra velocidad, a otro tempo, en otro lenguaje. Ese lenguaje que yo relaciono con lo que dice Octavio Paz sobre “La Otra Voz”, ese idioma original al cual todos respondemos y que nos humaniza, el lenguaje poético, la musicalidad de las palabras y las imagenes reorganizadas de forma tal que cobran vida nueva, que apelan diretamente a nuestros sentidos y a nuestro pensamiento. En obras como El Menú y La Orgía, se puede captar un lenguaje teatral cuya decodificación por parte del espectador va a generar necesariamente la reflexión, la búsqueda de referencias tangibles en él mismo y en su entorno. Son como muñecas rusas, un regalo muy bien envuelto o un juego de “Sospecha”, hay que seguir destapando, hay que descifrar las pistas, hay que resolver el acertijo y para eso hay que pensar. Al igual que mi mamá me pregunta a los ocho años porqué la hormiga decide ayudar al ave, el mudo nos pregunta el motivo de la muerte de su madre, la vieja mendiga. Igual que Esopo coloca la moraleja de sus fábulas al final, Buenaventura hace que los mendigos canten la canción de la muñeca rota al final de El Menú. Nos reitera, de otra forma lo que nos ha estado diciendo toda la pieza. Ambas historias son, de alguna manera, circulares, ambas vuelven a la voz del pueblo, al inicio: el mudo ya no busca su dinero sino respuestas, pero busca. Esta estructura circular me remite al agujero del microscopio, al espectador analítico que se formula preguntas, que genera un debate. Esa audiencia que se expone a la disonancia cognitiva enfrentándose con esta realidad “del otro lado del espejo” por así decirlo, es parte también de la creación colectiva. El actor es una herramienta activa que da forma y valor artístico al sentimiento de una comunidad, que finalmente aterrizará de forma concreta e impredecible en el espectador, que puede o no ser parte de esta misma comunidad. Sin este último la experiencia carece absolutamente de sentido. En este último es donde finalmente se termina dando el fenómeno del teatro, ese arte de vernos a nosotros mismos, como decía Augusto Boal.

Ahora me pregunto, ¿mi encuentro con Esopo produjo en mi un cambio de actitud? Sí, muchas veces me acordé del labrador y sus hijos antes de pelear con mis hermanos. Todavía hoy en día vienen a mí imágenes que no puedo identificar específicamente pero que contienen esta carga cognitiva que es parte de mi personalidad. Es decir, sí, Esopo con su fábula política sigue aún generando cambios positivos, tantos años después de su muerte. ¿Cuál es el cambio que pragmáticamente genera el teatro político? ¿Sólo nos deja la estética de la incertidumbre? Puede que poco a poco el teatro político genere gente, devuelva a la humanidad el criterio, el pensamiento, el alma, la identidad. A difeferencia de Esopo, Buenaventura no sugiere qué hacer, sólo enciende el seguidor sobre una situación y otra y otra. Sólo pide que se piense. El volver a poblar el mundo con gente que piense libremente, que despierte del coma es, a muy largo plazo, la misión que para mí tiene el teatro político. Cuesta esperar tanto, pero me acuerdo de la gallina que ponía huevos de oro y de cómo la desesperación de sus dueños acabó con toda posibilidad de enriquecimiento. Esopo nuevamente me rescata. Hay un teatro de incertidumbre porque vivimos en un mundo de incertidumbres. No hay certezas, no hay respuestas, por lo tanto hay hipótesis y hay posibilidad. Transcribo en mi pensamiento la idea hasta hacerla mía, grabo la imagen en mi mente hasta que cubra mis ojos, sigo detenidamente los pasos hasta caminarlos, hasta que mi pie entre en la huella. En la plena conciencia, en la observación de mi propia existencia, conservando mi criterio, abriendo mi posibilidad y la de los otros. Es un proceso lento pero seguro, como Esopo y mi madre en mí, como la tortuga y la liebre, como la gallina de los huevos de oro, como Brecht.

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