jueves, 20 de mayo de 2010

El que Canta

Ana O'Callaghan


Hay un espacio.
Personas que te ven y que vemos.
A veces no está ese espacio.
No están las personas.
Cada vez hay menos
personas
espacio
personas
espacio.
Mientras menos personas menos espacio.
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Oscuro el día cuando la canción abandone.
La música, ese espacio.
Deben permanecer los que cantan el espacio.
Oscuro el día cuando el cantante abandone.
Se cerrarán lentamente las paredes sobre el silencio,
cuando se vayan las personas que cantan.
La canción dibuja el espacio habitable,
donde un contraluz recorta la silueta de una sombra de persona.
Sin ese espacio, eco, con un poco de suerte,
de algo que quiere pararse y bailar.

A veces extraño bailar.
Se piensa menos cuando se baila.
Se martillan los tablones del espacio.
Oscuro el día que funda piso y pie.
Cuerpo, huye de mi y grita de lejos mi nombre
para que acuda
y exista en el espacio.
En la música, dentro de los zapatos, detrás de los lentes,
en frente del cantante, debajo del tatuaje.
Arriba del espacio.
La misma canción
del espacio; la pista, para existir en el baile.

La gente que canta no se puede callar nunca.
Oscuro el día que desarme las notas.
Y las piezas rotas de espejos vacios las sostenga,
cómo último recurso,
el silencio en forma de alfileres.
Patético rastro de espacio intangible y borroso,
que teje la larga sombra en la que se desvanece mi rostro.

La gente que canta es demasiado importante.
Es demasiada responsabilidad.
Pobre gente que canta.
¿Por qué cantará, la gente que canta?
Oscuro el día en que se propongan responder.
Cantan.
Haz de aliento que atraviesa el minuto suspendido
y con cada segundo un parpadeo.
Ojos sordos inundados, que siempre estuvieron allí,
sólo los veo en la canción.
Música que revela a los otros que escuchan,
a la tierra que piso; el espacio,
y sobre todo las distancias.
Lugares donde están los otros.
Sin distancia no hay sitios a donde llegar.

Oscuro el día cuando la víbora estrangule el cadáver de camino.
y los pasos se sienten en mecedoras amnésicas
y la única música sea el crujir de la madera,
que invento en un guiño como si fuera mi cómplice para consolarme.
No es nada.
Quizás sólo el murmullo insistente y oxidado que terminará por despertar al cantante.
El cantante debe despertar.

Oscuro el día en que se trasnoche la canción.
Y dormida se disuelva inocente entre las sábanas del vacío.
Por no haber quién cante, la canción no es.
la música no es,
el espacio no es,
el otro no es.
El que canta es demasiado importante.


(Humildemente, para G.C.)

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