domingo, 16 de mayo de 2010

Algo sobre Eduardo “Tato” Pavlovsky y lo que escribe o Balbuceos viscerales de una lectora.


 Ana O'Callaghan
Pensando sobre Pavlovsky viene a mi mente un concepto que hace mucho tiempo ronda mi cabeza en relación al teatro. Para mi el teatro, en su representación, siempre se ha tratado de un Eterno Presente. El teatro es ahora, es aquí. Viene esto a mi con excepcional fuerza al acercarme a Pavlovsky. En su teatro es prácticamente imposible desvincular la palabra y la acción, el texto de la representación. El fin último no se da hasta que el proceso teatral no se completa, y sólo se completa en el actor. En la obra de Pavlosvky, el teatro es el actor; es como él mismo plantea en “Rojos Globos Rojos”, sólo se descubren las cosas cuando se sienten, y sólo se sienten cuando se actúan “stanislavskianamente” por así decirlo. El lenguaje yace absolutamente en el actor: en su voz, su cuerpo, sus gestos, sus silencios, sus movimientos, sus miradas. El actor es la herramienta esencial para que el mensaje se consolide, o por lo menos se transmita con su máximo potencial. No es extraño darse cuenta que este actor/autor en la mayoría de los casos comienza por ser Pavlovsky mismo. Su trabajo se convierte en un decir absoluto, de todas las formas posibles y desde todos los roles existentes en el campo teatral. ¿Por qué decir en idioma Teatro? Porque es decir, en presente perfecto, es seguir diciendo, nunca es dijo, nunca es dirá. En el ámbito de lo político este Eterno Presente es fundamental, ese ahora nos lleva inevitablemente a la acción, a lo que está pasando, el teatro es un verbo que siempre está conjugado, y lo político es eso, lo que pasa, ambas son ser y estar, infinitivo. Es mi sentir que en el teatro de Pavlovsky, no hay una conciencia absoluta de ese mensaje “político”. Al relacionar lo dicho anteriormente pienso más bien que es inevitable, la coexistencia absoluta de dos poderes tan intrínsecamente humanos y presentes hace que se fusionen sin pensarlo siquiera. Para mí, humildemente, no hay teatro político, hay simplemente Teatro.

Leo las obras de Pavlovsky y me invaden reflexiones sueltas que hacen que se active en mi el teatro, como un virus que ha sido detonado desde afuera, el teatro como ese flujo de sensaciones, ideas y memoria que lo hacen a uno ser. Sin embargo la experiencia en mi no es completa ya que sólo lo he podido leer. Con sólo este mínimo acercamiento, veo:

En “Potestad” una coartada. Ese movimiento calculado, prefabricado de quien ha tenido que repasar una mentira muchas veces para no equivocarse, hasta hacerla casi verdad. Esa exactitud detallista, obsesiva, no-natural del mentiroso. Por otro lado, esta descripción del momento de despojo es casi una pintura, una foto narrada del punto de no retorno. Es el momento exacto cuando la vida volvió a cambiar. Hay dos descripciones detallistas en la obra que son una especie de paréntesis que contiene la ilusión de esa vida perfecta. Comenzamos con el cierre del paréntesis, en presente, y terminamos con su apertura, que aunque narrada en pasado se compensa con la imagen presente de la sangre derramada que poco a poco va anulando el rostro del personaje. El rostro cubierto de sangre es sumamente simbólico, no son las manos; no es quien ejecuta el crimen, es el rostro; los ojos, la boca, la nariz, los oídos del personaje: sus sentidos y su identidad. Es la sangre suspendida en el tiempo, que gracias a la tardía justicia, finalmente cae, manchando aquel que de padre y esposo pasa a ser cómplice y cobarde.

Otro elemento que llama la atención es el personaje de Tita. Por referencias muy personales a “mamá” y “papá” en el monólogo, se da la sensación de que Tita es la hermana del hombre. Esto, tomando en cuenta la anécdota que se plantea en la obra, es bastante significativo. Asumiendo esto como verdad, el hecho de que se confiese o hable con una persona con la que mantiene un genuino parentesco, una conexión verdadera de sangre, también es importante; sólo encuentra oídos en su verdadera familia. Por otro lado este testigo es también la forma que cobra el espectador, indirectamente yo me convierto en su hermama y él es ahora parte de mi, la empatía lo humaniza y se activa la política, se activa el teatro.

En “Rojos Globos Rojos” veo un “grito fuerte para no morir...” como enuncia el Cardenal. Aquí se evidencia el tema del “balbuceo”, aquello de “la historia en tartamudo” de un hombre, un arte, un decir. Vuelve a plantear la relación entre Arte (Teatro) y Vida (Política) a través de varios momentos, de los cuales me resulta el más significativo aquel cuando el Cardenal responde a la pregunta: “¿no le da verguenza vivir así?” Esta viene en forma de acertijo wildeano: “no me da verguenza porque quiero ser solidario con ustedes.” Vive la vida a través del teatro porque de otro modo hay vacío, asume la vida desde la plena conciencia de la representación, pero es la misma vida, desde acá o desde allá del escenario. Plantea una especie de espejo quebrado de arte-actor-gente-vida para poder sentir las cosas y así descubrirlas. El descubrir esas cosas es vivir en la plena conciencia de aquel que actúa, de aquel que miente, de aquel que vive, de aquel que se observa desde afuera y por lo tanto reflexiona sobre su propia existencia. Es como si la vida normal fuese la ceguera inocente, el seguir y fluir con las fuerzas que nos arrastran (tiempo, política, historia, amor) y Actuar o Hacer Teatro es voltearse, detenerse, mirar, regresar, en fin: decidir. Como dice Pavlovsky en la voz del Cardenal: “hacer teatro es mi manera de resistir.”

En “La muerte de Marguerite Duras” veo el “miedo a caerse en el vacío que hay entre las letras”. Esa lucha entre la fuerza externa que te llama a “golpear”, a seguir, y la interna que llama reir, a reflexionar, a permitirse compartir el momento de muerte de otro ser vivo. La conciencia de la existencia propia para luego darse cuenta del papel de esa existencia para con los otros, en sociedad. Es el delicado equilibrio entre pensar y actuar. ¿Hasta dónde dejarse ahogar por el pensamiento antes de que los bordes de la piel con el aire se difuminen? ¿Cómo el conocimiento hace concreto al ser y no lo disuelve? ¿Cómo existir en acción, en sociedad, en política, desde la absoluta introspección existencialista, desde esa distancia, desde esa soledad? Observar la muerte de una mosca provoca al mismo tiempo dos procesos diametralmente opuestos: la valoración de la vida y el distanciamiento con la misma, ese distanciamiento que se da al observar. En algún momento hará falta sentir el “dolor concreto en mi cuerpo concreto.”

Estas son tan solo reflexiones desordenadas alrededor de Eduardo Pavlovsky y su obra. Son demasiadas tangentes y niveles que se provocan en este teatro que es más fenómeno sociológico que arte. Para mi es un teatro que viene de la piel y de la sangre, el texto es sólo una foto borrosa y fuera de foco de algo espectacular. Es un teatro que al observarlo invita a vivir, al leerlo invita a ver y al conocerlo invita a expresar. Es un teatro de creación colectiva, que está vivo y sigue creciendo con cada interpretación, con cada lectura, con cada representación. Sigue creciendo y evolucionando como la vida misma, como la gente, como la sociedad. Es el hijo perdido de la conciencia del mundo que desde la sombras sigue, imita, aprende y se burla de su padre, que busca ser él y al mismo tiempo lo rechaza, que cambia de opinión, que tartamudea, que no sabe lo que dice, que llora, que ríe, que sabe perfectamente lo que dice.... en fin, un teatro que es hombre, que es mujer, que es persona, como yo y como Eduardo “Tato” Pavlovsky.

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