domingo, 16 de mayo de 2010

“Nadar Perrito”: Tren, Tiempo y Paréntesis


Ana O'Callaghan

La imagen es completamente gráfica y explícita: nadar perrito. Seguir por seguir, sin estilo. Sin nada propio que caracterice al individuo, sin firma, sin nombre. Ya no se vive para uno, se vive para que no nos deje el tren de las espectativas sociales. El tren que llevamos tatuado en la mente y que acorrala nuestra vida.

“Nadar Perrito” de Reto Finger, es una fotografía poética de la angustia del joven adulto. Los personajes sufren de las típicas aspiraciones sociales y afectivas que conducen al vacío. El apuro por lograr cosas. Por tener algo que mostrar, por agregar páginas al curriculum. ¿Quién no se siente identificado con esta carrera desesperada y sin rumbo? La absoluta imposibilidad de vivir en el momento presente. Vienen imágenes de Ítaca: el viaje como destino. El viaje de la vida. El proceso. Lo difícil que es lidiar con la pausa. La paradoja de vivir, siendo también espectadores detallistas de la misma. Absorber con todos sus matices la muerte y entierro de un perro. Un perro que somos nosotros; moribundo busca algo de calor, de luz, de ilusión de compañía aunque esto pueda significar un riesgo. Busca un testigo de su muerte. Alguien que le importe, y que tenga tiempo de velar por sus restos, de guiarlo hasta el último fin: dejar de nadar, ahogarse. Si el ser no nada, se hunde. Obligación de acción para sobrevivir. La no-acción como sinónimo de muerte.

Carlota percibe esta soledad y reacciona ante ella. Se opone a la continuidad obligatoria de una relación que acomoda necesidades sociales y afectivas. ¿Qué la impulsa a la separación? La búsqueda de algo más, llenar un vacío que es imposible de llenar, el hueco negro innato, propio de todo ser humano y motor de sus pasiones. La idea absurda de que sustituir a una persona sustituirá quién soy y cómo me siento. Extrapolar en el otro la vida y la muerte, la solución o la respuesta. El Todo. Miedo al desamparo, a reconocerse como único habitante de la isla. Vidas en pausa que han reaccionado frente al aceleramiento de su existencia. Pero vidas al fin, que se encuentran frente a la agonía de bajarse del tren.

¿Ahora qué? Me desconecto de la “matriz” pero ahora me veo obligado a reconocerme en mi soledad. El tren está allí por algo, ilusión de destino. La respuesta de Carlota es sustituir a Roberto por otros. Su primera iniciativa cae otra vez en el juego social, tener pareja, tener una familia. El bebé no tiene nombre, no es nadie, es el bebé, un símbolo, un status, un posgrado, una carta de ascenso en la escalera de metas. El manejo de la separación como una transacción bancaria es otro punto interesante. La repartición de amigos como bienes materiales. La adjudicación de etiquetas o roles para cada uno. El juego social. Hay una conciencia de la ilusión de vida, de la mentira, pero también hay una voluntad o necesidad de seguir jugando. Quizás uno se pueda bajar del tren pero verlo irse es demasiado.

Ingrid queda atrapada en el medio de dos vidas para siempre vinculadas una con la otra. “La amiga de los dos”: tercera categoría. Sirve de enlace entre dos individuos que lo quieren todo al mismo tiempo: separación y no responsabilidad pero por otro lado convivencia. Son espectros que acechan la existencia del otro. Miedo a vivir o quizás coraje de aceptar la desolación. Ingrid se convierte en la espectadora de la vida de Carlota y Roberto pero al mismo tiempo, quiere la vida de Carlota, la envidia. Se percibe como alguien que ha aceptado la soledad pero sin embargo añora ser partícipe del tren. Parece querer la vida que Carlota rechaza o no sabe valorar. Cae en la desesperación del afecto, en el engaño de idealizar a los otros, en el apuro por cumplir su “plan de vida.” Deja ir el tren, literalmente, en la espera de alguíen. Quiere repetir un momento que no es de ella en búsqueda de una fórmula, una estrategia. Deja ir al tren para montarse en el tren.

Roberto asume el abandono absolutamente. Hay en él algo de negación por aceptar el nuevo curso que debe tomar su vida. No ceder el espacio que se considera propio. La batalla por no ser sustituido. Luchan aquí, el tiempo externo y el interno. Se yuxtaponen los bordes de los procesos personales, se invaden, se imponen. Aferrarse a lo conocido y, acordándome de Antígona, a la “sucia esperanza.” La colisión de los universos internos y externos. Al final todo es cuestión de Tiempo. Escucharse a sí mismo, o escuchar al tren. Las concecuencias que trae lo uno o lo otro; no hay tiempo para retroceder, no hay tiempo. Hay que hacer el tiempo. Con el estilo suficiente para conducir el tren.

Ser un Quién, no un Cuándo. Esta es la reflexión que en lo personal, deja relucir esta pieza. Sin embargo, no es una moraleja. Es un grito con estilo. Una profunda imagen del laberinto existencial de la juventud. ¿Demasiada introspección? ¿muy poca? ¿cómo rebelarse ante el juego del cual somos fichas, para el cuál fuimos hechos? ¿Cómo un alfil no se mueve en diágonal? Moverse en diágonal es lo que lo hace alfil y no otra cosa. ¿Cómo rebelarse ante el tiempo si es éste quién marca el paso? ¿Adueñándose de él? Me imagino que adueñarse del tiempo significa dar funeral a un perro. Abrir un paréntesis de momentos no estipulados por el apuro, por la sociedad e incluso por uno mismo. Paréntesis para respirar, para observarse en otros, para tratar de entender, para sentir, para decidir, para vivir. Al final de cuentas, momentos para nadar con estilo.

El estilo implica una escucha, un conociemiento del ser, del cuerpo, de sus talentos y facultades. Encontrar el estilo que me hace quién soy, que me hace nadar por placer y controlar el agua. Adueñarse del tiempo para encontrar el estilo. Encontrar el estilo para adueñarse del tiempo. La apuesta por la lentitud. Es imposible no relacionar los temas de “Nadar Perrito” con la esencia misma del teatro. El teatro provee ese paréntesis. Esa pausa en el tiempo para favorecerlo. La obra es un perfecto ejemplo de medio como mensaje y mensaje como medio, pero envuelto en la paradoja del teatro, que es también acción. El paréntesis debe abrirse, y “abrir” sigue siendo un verbo.

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