domingo, 16 de mayo de 2010

Poder y Miedo: El desvanecimiento del Alma


Ana O'Callaghan

El individuo se desvanece. Son voces desde otro mundo, desde una muerte en vida. Esta es la sensación hipnótica que produce el encuentro con algunas de las obras de Héctor Levy-Daniel. Son postales desde existencias oscuras, poco concebibles pero apasionantes. La experiencia de sumergirse en estas historias no es la de ir a un sitio, es el de devolverse. De ir contra la corriente, de forzar una perilla hacia el lado contrario. Pero esta insistencia por la oscuridad absorbe completamente al que se encuentra incauto frente a ella.

Las mujeres de los Nazis, trilogía de piezas dedicada a explorar las vidas o almas o mentes de tres interesantes personajes: Irma Grese, Geli Reubal y Magda Goebbels. En la cultura popular, generalmente la idea fantástica del nazi viene a la mente casi como un ente sobre-humano, un monstruo en uniforme con pupilas desorbitadas de violencia y desprovisto de compasión. Resulta entonces una ecuación interesante unir esta imagen con la de la mujer; tradicional símbolo de amor, de maternidad, de protección. La asociación de estos conceptos saca a relucir bajo una nueva luz la atrocidad que significó la Shoá, el nazismo y el propio Adolfo Hitler. En cada uno de estos capítulos, Levy-Daniel presenta a la protagonista desnaturalizándose de toda humanidad hasta llegar a su propia destrucción. La sensación de vacío es aterradora al observar cómo cada una asume su destino prácticamente sin vacilación.

La ausencia de arrepentimiento de Irma Grese, entregada con una pasión casi romántica al asesinato, se concibe a sí misma heróica: el concepto del deber, de la realización personal. Pero, ¿cómo llegar a esta realización negando la vida misma? Geli Reubal, atrapada en una vida elegida por otros, el continuo abuso de su entorno aniquila su espíritu hasta que sólo queda una coraza vacía que termina por eliminarse, el suicidio como la única decisión de su vida: en última instancia, aunque trágica, toma una postura ante su situación, rechazándola. Magda Goebbels, la obsesión por una idea llevada hasta sus últimas concecuencias: un mundo sin el Tercer Reich era un mundo en el cual no valía la pena vivir. La convicción de tener el poder de decidir sobre la vida y la muerte, no sólo de ella sino de sus hijos invoca la imagen mostruosa de Hitler que comienza a clonarse y repetirse en sus seguidores. Un ejército de asesinos hechos a su imagen y semejanza. Si este “poder” es capaz de corromper hasta el instinto de protección maternal, el más feroz de la naturaleza, es capaz de todo.

Esta idea de poder, íntimamente ligada a lo político en todas sus esferas es lo que esencialmente se deja ver en el trabajo de Levy-Daniel; la supremacía de un ser sobre otro. Jugar a ser “Dios”. Irma cae en esta tentanción, Geli es víctima de ella y Magda sufre las hipotéticas cosecuencias post-mortem de compartir el mismo tren con su viejo amante judío hacía el mismo destino, sufre la humillación de ser igualada finalmente con la víctima simbólica de sus actos. La anulación del poder en los tres casos es la última consecuencia, de distintas formas, las tres mujeres pierden esa ilusión topopoderosa de sí mismas, constituyente primordial de su existencia, y finalmente se desvanecen.

Este elemento del “Poder” se explota te manera asfixiante en “Instrucciones para el manejo de las marionetas.” Se nos coloca ahora del lado de la presa, junto con un grupo de personas “animalizadas” para entretener los morbosos deseos de una figura omnipotente que se esconde detrás de un teléfono, pero que todo lo ve, todo lo oye, todo lo sabe y que guarda el destino de todos en sus manos. Los prisioneros son obligados a jugar a recrear escenas significativas (se entiende que de la vida del Mariscal, rango más alto entre los oficiales del ejército alemán) como único medio para sobrevivir. El Mariscal, nunca se ve ni se oye pero se siente, metafóricamente es el gran Productor Ejecutivo de la obra macabra, no paga con dinero sino con la posibilidad de seguir viviendo un día más. La obsesión por el Poder se manifiesta en la egomanía que significa el querer enaltecer su vida a rango de obra de arte a través de la representación teatral. Es imposible, así mismo, no darle una connotación terapéutica a esta representación de la vida, este psicodrama que las víctimas del “paciente” tienen que representar una y otra vez hasta hacerlo prácticamente suyas. Es casi una disculpa irónica del Mariscal el tener que vivir las escenas oscuras de una mente enferma, capaz de ejercer esa misma tortura. Dentro de la estructura social del grupo también se manfiesta el poder, Lara como la informante que se prostituye por tener este privilegio de ¿protección? o ¿esperanza? Caruso quien por ser la de mejor conducta tiene la llave para ver a Renard: ¿confianza? Bruno, el único hombre además de Meléndez que representa por su actitud y físico una amenaza para este último: ¿liderazgo? Al final logran fortalezerse hasta el punto de aniquilar a Meléndez, su victimario directo, primera marioneta del Mariscal. Pero luego la presencia del teléfono, su Poder psicológico sobre el grupo hace que sucumba este impulso de libertad y doma a las bestiecillas nuevamente quienes comienzan una vez más con la representación. Es aquí donde reluce el otro gran elemento y contraparte necesaria del Poder: El Miedo. Este Miedo como veneno que corre por las venas es el que termina venciendo a las víctimas del poder. Al final, el Mariscal no es nadie; está en cada uno de ellos. Este miedo, los deshumaniza hasta el punto de preferir la semi-vida a la posibilidad de escapar. La sensación contradictoria de que no hay nada por lo cual vivir sino el protejerse del miedo de morir. Es el aferrarse salvajemente al instinto de supervivencia sin una genuina motivación de VIVIR. Se desvanece la humanidad, se robotiza el pensamiento, y se anula la posibilidad de un alzamiento del individuo para defenderse. Dictadura ejercida sobre el ser de una manera absoluta.

Una estructura muy similar esta presente también en “Insensatos”, solo que el juego ahora es impuesto por ellos mismos como manera catártica de resolver sus problemas y de liberarse del Tirano, quien termina venciendo gracias al miedo. Recuerda mucho a “La noche de los asesinos” del cubano José Triana donde Lalo, Cuca y Beba representan continuamente escenas de sus vidas hasta cargarse a tal punto de violencia que deciden “imaginariamente” matar a sus padres. El deseo de liberación existe pero la garra del “Miedo Al Poder” supera y aniquila cualquier impulso verdadero de reaccionar.

El Miedo nos lleva ahora a “Memorias de Praga”. En principio, Hasel traiciona a su novia judía delatando, bajo tortura, el paradero de su escondite. Es el mismo miedo que lleva a Judith y a Hasel a esconder su relación de sus respectivas familias. La presión ejercida por el padre de cumplir con sus espectativas es el miedo a defraudar. No queda claro el detonante que conduce a Hasel a estar en la clínica. Se sabe que su vida pasada esta marcada por el trauma de la traición a su amor y por el asesinato a su padre. El padre aparece aquí como ese representante del Poder. En este sentido Hasel sí reacciona, pero ya es muy tarde, su ataque no representa una genuina liberación porque ya ha perdido a la mujer que ama, porque su previa debilidad (justificable o no) ya ha determinado el curso de los acotencimientos. Lo que llama la atención es la incapacidad de Hasel por recordar su vida posterior a eso. El hecho de que recuerde a la enfermera, única interlocutora real, y no a su familia, sugiere en términos psicoanáliticos una represión. El término Represión también es significativo, el haber asumido una nueva vida en algún momento, el haber sobrevivido y escapado genera más dolor y culpa que el existir para siempre atrapado en los recuerdos lamentables de su vida anterior. Rechaza todo lo que le recuerde a su cobardía, pero de esta forma la posibilidad verdadera de vivir y seguir adelante se anula y su existencia termina también por desvanecerse. La enfermera se va, único testigo de estos delirios, y otra vendrá y todo comenzará nuevamente. Su esposa muere, y quizás su partida detone un nuevo cambio en Hasel; ahora que aquella que “no es Judith” se ha ido, quizás su vida se vuelva suficientemente tolerable como para ser vivida. Sin embargo, el miedo que una vez le proporcionó su padre lo acompañará para siempre en esa media vida.

Personajes que poco a poco se desvanecen, presas de ese miedo, víctimas del poder, ya sea por tenerlo o por sufrirlo. Almas corruptas desprovistas de identidad, rechazan partes de sí, se dividen; no están completos y nunca lograrán estarlo. La concecuencia trágica de perder el alma, o venderla o robarla.

5 comentarios:

Héctor Levy-Daniel dijo...

Acabo de leer tu ensayo. Me paeció excelente. Felicitaciones.

Héctor Levy-Daniel

Ocalannie dijo...

Hola! Muchísimas gracias por su comentario, admiro muchísimo su trabajo y me siento me feliz de que le haya gustado mi reflexón. He tenido la oportunidad de indagar sobre sus piezas en el ámbito académico con los estudiantes de Artes Escénicas y siempre resulta ser una experiencia muy enriquecedora. Un gran saludo, y cualquier cosa estoy a la orden!

Héctor Levy-Daniel dijo...

Hola! Quería preguntarte cuál es tu nombre y en qué universidad sos docente. Si me querés responder por otro medio, te paso mi dirección electrónica: anagrama@fibertel.com.ar
Saludos muy cordiales para vos!

Héctor.

Héctor Levy-Daniel dijo...

Hola! Quería preguntarte cuál es tu nombre y en qué universidad sos docente. Si me querés responder por otro medio, te paso mi dirección electrónica: anagrama@fibertel.com.ar
Saludos muy cordiales para vos!

Héctor.

Héctor Levy-Daniel dijo...

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Saludos muy cordiales para vos!

Héctor.